"La que tiene que rehacer su vida es Laura Escanes", afirma Adriana Dorronsoro en la crónica social de la mañana de Telecinco. Lo hace para hilar después de que la contertulia Alexia Rivas especulara con que le encanta que Rosalía ya haya "rehecho su vida". "¿Rehacer su vida, qué significa?", cuestiona con retranca Joaquín Prat. Se agradece la réplica. Porque hay frases hechas que se repiten todo el rato en los corrillos del corazón y que ya va siendo hora de desterrar de nuestro vocabulario. Sólo estigmatizan. Sólo manchan.
"Rehacer la vida" o "no encuentra la estabilidad emocional" se utilizan en espacios del cuore cuando una persona está soltera o ha concluido una relación. Como si alcanzar la serenidad dependiera siempre de un vínculo masculino, pues esta moralina suele lanzarse contra las mujeres. Los hombres sin pareja aún son denominados en determinados lares como "solteros de oro". Sin embargo, una mujer soltera es pintada como extraviada en el mundo.
Coletillas rancias y machistas que se han quedado metidas en nuestras cabezas y que los medios de comunicación más sensacionalistas (y otros que creen que no lo son) reiteran constantemente como morbosas armas de crítica. Aunque de conciencia crítica anden ausentes.
A estas alturas, ya deberíamos saber que terminar una historia de pareja no significa que una vida se rompa para después ser rehecha. Las vidas son un recorrido de crecimiento constante, en donde los años que suma una relación no significan que todo sea más perfecto. De hecho, deberíamos tener bien claro que estar solo no es sinónimo de inestabilidad emocional. Al igual que estar en pareja no es equivalente a estabilidad emocional.
En cambio, hay redactores y contertulios del cuore que continúan criogenizados en unas peligrosas expectativas falsas sobre cómo se roza la felicidad. O estás en una pareja convencional o no has terminado de "hacer tu vida". Y si no pasas por esos patrones sociales, serás juzgado. Demoledor. Dañino. Luego que nadie se extrañe de que haya tanta población que va dejando paulatinamente de ver la televisión. Muy fácil: no se sienten reconocidos y van allá donde se despiertan las sensibilidades de hoy, no replicantes de muletillas que escucharon en la tele del cuchicheo con la que crecieron.
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