Borja Terán Periodista
OPINIÓN

El fracaso de ‘El mejor de la historia’ y la sociedad que pone todo a competir

Aunque no lo parezca en esta sociedad de consumo que nos rodea, no todo se puede poner a competir.
Silvia Intxaurrondo, presentadora de El mejor de la historia.
Silvia Intxaurrondo, presentadora de El mejor de la historia.
RTVE
Silvia Intxaurrondo, presentadora de El mejor de la historia.

El público no ha conectado con ‘El mejor de la historia’ de TVE, versión española del formato de la BBC '100 greats britons'. La fama del sello de la televisión pública británica podría hacernos creer que este programa es de calidad sólo por su lugar de procedencia. Lo que no se especifica es que se estrenó en 2002 en el Reino Unido. Ya hace más de veinte años. Y la sociedad ya no está en 2002.

En 2024, tras tanta saturación de dos décadas de realities shows que han propiciado que el espectador esté resabiado de sus técnicas epopéyicas, chirría un formato que va eliminando a personajes históricos como si fuera la casa de Gran Hermano, donde sólo puede quedar uno. Y ya está. 

Un espectáculo de entretenimiento es una buena forma de divulgar la cultura. Sin embargo, aquí se pierde la oportunidad porque se tira de colaboradores mediáticos que, en realidad, no son expertos en la materia. Para suplir su desconocimiento, se opta por un guion tan exagerado como vacío. La batallita tópica y la anécdota sensacionalista mal contada arrolla a la diversión que surge de cierta profundidad. No ayuda tampoco la disparidad de los nombres elegidos que ponen a un mismo nivel a Federico García Lorca que a Mercedes Milá. Para salir ileso de este dislate hay un único camino: la comedia.

En cambio, al frente, se ha confiado en la credibilidad de una periodista como Silvia Intxaurrondo para dar riguroso empaque al invento. "Cuando son las doce y dieciocho minutos, vamos con el resultado", explica la comunicadora con música épica de fondo: "Los espectadores del mejor de la historia han decidido por un 62,7 por ciento de los votos que el primer clasificado para la gran final del mejor de la historia sea.... (pausa dramática) Federico García Lorca". La grada aúlla cuando Intxaurrondo pronuncia el promedio de las votaciones y, después, ovaciona justo al descubrirse el ganador de la noche. Todo remite a tal artificiosa teatralización que, por momentos, no sabes si están en serio o es una parodia de esas de Homo Zapping en las que ejercían el gag de contraste al plantar a personajes del reality show más zafio en modo tertulia cultural. Escuchar "qué pena no pasa Rafa Nadal pero, al menos, sigue Isabel II " es hilarante y desconcertante a partes iguales.  

Al final, al programa le devora querer ser trascedente y venderse a la épica. No se puede poner a pelear a personalidades históricas como si fuera Operación Triunfo. No es lo mismo elegir una canción a simplificar siglos y siglos de evolución en coronar a un nombre frente a todo lo demás.

En España esta dinámica de juego funcionó en 2004, con Nuestra mejor canción. Un concurso hecho acontecimiento que puso a elegir el mejor tema musical de nuestra historia. Estuvo presentado por Concha García Campoy y la idea arrasó en audiencias. La clave del éxito de este espacio es que acarició la nostalgia colectiva a través de la banda sonora de todos: recordando momentos compartidos, aprendiendo de las canciones y explicando los himnos. Sin demasiadas fanfarrias, sin engolaciones y con mucha sensibilidad. Ganó Mediterráneo de Serrat. Luego se intentó reproducir de otra forma pero sin la misma solemnidad serena. Y fracasó.

Ahora, 'El mejor de la historia' pretende el mismo ímpetu con un lenguaje de show histérico de años 2000. Y, entre tanto ruido de música de tensión, se olvida de aportar los suficientes contextos para que la emisión se convierta en una experiencia cómplice. Al contrario, parece un gallinero. Encima el espacio llega en plena saturación de tertulias hacia ninguna parte y justo en el instante en el que empezamos a percatarnos de nuevo de que, por suerte, no siempre hay que elegir. Menos aún sobre la historia de España, que no se puede reducir a la síntesis superficial de una persona favorita. 

Pero la cultura del reality show que ha contagiado hasta la información nos insiste en que siempre hay que decidir entre blanco y negro, entre una cosa y otra. Siempre hay que generar un choque para propiciar el suspense de ver quién triunfa. Por eso mismo, este programa no ha atrapado a su público potencial: la audiencia a la que le podría interesar ha quedado espantada porque el formato no descubre nada y olvida que la historia es congregación, la historia es la complejidad del trabajo en equipo que no permite un Gran Hermano de vencedor y vencidos.

Ese "sólo puede quedar uno" define la sociedad del estribillo que habitamos, en la que hemos interiorizado como normal una competición constante por todo. También en los medios de comunicación, a la caza de un titular de venta. Pero, aunque no lo parezca en esta civilización de consumo que nos rodea y contagia, no todo se puede reducir a una pugna, a una batalla, a una competencia. El público está saturado de esa simplificación incesante. El mejor de la historia lo demuestra. 

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