Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Mujeres eternamente jóvenes y en transparencias o algo habrán hecho mal

Ellas, aferrándose a la juventud. Ellos, orgullosos de sus canas.
Pedroche con su vestido en las campanadas de 2024
Pedroche con su vestido en las campanadas de 2024
Atresmedia
Pedroche con su vestido en las campanadas de 2024

Ellas, enseñando cuerpo. Ellos, tapados hasta la pajarita. Ellas, mostrando piel. Ellos, sin que se cuestione sus tripas. Ellas, aferrándose a la juventud. Ellos, orgullosos de sus canas. El cambio de año siempre se llena de análisis de lo machistas que siguen siendo las pompas de la tele de máxima audiencia, donde el hombre envejece con el tiempo y donde la mujer necesita demostrar que sigue siendo joven. Incluso exhibir su cuerpo como si fuera un accesorio. Y si no lo hiciera, parece que estaría menos guapa, que sería menos exitosa, que sería menos mujer.  

El debate se repite año tras año. Aunque nada aparenta evolucionar en los canales principales. Ni siquiera aquellas que cuentan con la plataforma para ejercer la transgresión se atreven a dar una vuelta a las inercias.  Como mucho, se dice "a ver cuándo también hay hombres con abdominales y transparencias". Sí, podemos llegar a ser muy simples. Ya lo argumentaba Carmen Martín Gaite en el año 1981, mientras hablaba de feminismo a su manera: "a veces, se desenfoca el problema cuando para alcanzar la igualdad tratamos de imitar los defectos que tanto se están denostando. Si se va a copiar lo mismo que se está criticando, para ese viaje no había menester alforjas", recalcaba la escritora acudiendo a esa frase hecha de la sabiduría de los pueblos de su España.

El progreso real sería que los rostros de los programas fueran representativos de la sociedad. Sin que nadie se tuviera que disfrazar de las expectativas de los cánones del erotismo heredado. Buscamos culpables, miramos a los responsables de las cadenas y sus protagonistas, pero el dilema lo llevamos cada uno bien adentro. Las referentes salen de nuestra sociedad y esos valores sexistas los reforzamos entre todos.

Venimos de una cultura de décadas insistiéndonos en la manera idónea en la que debe brillar la mujer y cómo debe destacar el hombre. Norma Jean tuvo que ser Marilyn Monroe tiñéndose de rubio de bote y dejando que Billy Wilder aireara la falda de su vestido al viento de las corrientes de las rendijas del metro. En cambio, Eugene Curran Kelly pudo ser Gene Kelly casi con el mismo traje y hasta con el mismo chaleco de cuando estudió económicas.

Las inercias son difíciles de romper si desde décadas antes de nacer ya nos han marcado cómo estamos guapos y cómo no. La disrupción cosiste en desaprender esos patrones quitándonos roles de sexo pero con la naturalidad de cada uno. El deseo siempre dominará el mundo, pero ahora toca entender que ser eternamente guapas nada tiene que ver con embutirse en transparencias y brillos, va más unido al atractivo de poder ser uno mismo sin necesidad de depender de un disfraz. Y ahí está lo realmente difícil, cómo correr contracorriente de las expectativas de tan asentados cánones de belleza, que quizá sólo te cosifiquen e impidan descubrir toda la persona que realmente eres. 

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