Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Ana Rosa por debajo del millón de espectadores: ¿Telecinco se equivocó retirando Sálvame?

El fin de 'Sálvame' está recordando que querer ser más fino nunca significa ser mejor.
Ana Rosa Quintana en 'TardeAR'
Ana Rosa Quintana en 'TardeAR'
Mediaset
Ana Rosa Quintana en 'TardeAR'

Ana Rosa Quintana ya ocupa las tardes de Telecinco desde el mismo plató que fue hogar de Sálvame, ahora redecorado con una escenografía de ventanales amplios y muebles pretendidamente elegantes. Sin embargo, en sus primeros días de emisión su nuevo magacín no logra igualar las audiencias del show de Belén Esteban, Lydia Lozano y compañía, que mantenía el liderazgo en gran parte de su larga franja de emisión.

La tele tiene mucho de hábitos. Y Telecinco los ha ido perdiendo. Primero dejando escapar Pasapalabra, después con vaivenes de programación en un intento de hallar nuevas rutinas en el día a día del espectador. En esta búsqueda, la renovada dirección de Mediaset decidió correr el riesgo de retirar su asentado Sálvame, a pesar de que aguantaba el tipo en el crudo examen de los audiómetros. La cancelación servía para escenificar una nueva era, más chic. Quizá hasta pensaron que para ensanchar su público potencial debían romper con aquello que algunos piensan que es freak.

Pero esta escisión, al final, también define cómo se observa con snobismo la cultura popular. De Lina Morgan a Sálvame. Error, pues es la más representativa de la audiencia transversal, esa audiencia que sustenta una cadena de televisión generalista. En cambio, desde las élites, se valora como tele familiar aquella que enfila la pelea política más agresiva, escarba en el morbo de los sucesos y mira con paternalismo al espectador. El mundo al revés. Qué curioso: hemos llegado a interiorizar que es más sucio un culebrón de mero divertimento que, por ejemplo, blanquear a un asesino de un crimen, como está sucediendo estos días en Y ahora Sonsoles. Sálvame era la basura, y los otros llegaron para salvarnos de ella.

Somos así de contradictorios. Cierto es que Sálvame ya había cumplido una etapa en Mediaset y también iba a ir sufriendo con el paso de los meses. Telecinco debía remozar sus tardes. Y se ha optado por reproducir en la tarde la fórmula asentada con Ana Rosa Quintana durante 18 años en la mañana, asumiendo el riesgo de desordenar toda la parrilla. Pero el consumo televisivo en las tardes no es igual que en las matinés. La tarde es compañía y cierta evasión de los problemas reales, no sobresaltos con la actualidad. Quizá hubiera sido más orgánico para Mediaset diseñar una secuela de Sálvame, entremezclando algún personaje veterano con luminosos perfiles nuevos.

No ha sido así. Y, de repente, todos los canales privados (Antena 3, Cuatro, Telecinco y La Sexta) están haciendo magacines con el mismo patrón, con modus operandi heredados de los prejuicios de la televisión de la primera década de los 2000 en la forma de azuzar los sucesos, la crónica rosa y debates saturados de contertulios repeinados y de la alta sociedad. Así la identificación de la audiencia se esfuma. No hay representatividad social. No hay pluralidad. De ahí que exista una parte de la población que se va de la tele tradicional porque no se siente representada. Porque la audiencia no elige qué triunfa o no en la tele, la audiencia escoge entre aquello que le dan a seleccionar. O se pira.

Resultado: el efecto dominó de los cambios en Telecinco sólo visibiliza la autenticidad perdida de un canal que necesitaba abrirse, aunque sin perder lo que le hacía especial. Incluidos esos personajes berlanguianos, como Belén Esteban, que protagonizaban el imaginario colectivo asociado a la cadena y que ya han empezado a hacerlos suyos otros. Netflix, los primeros. Jugada redonda de una plataforma que pretende expandir audiencias que todavía no ha conquistado del todo gracias al tirón de la televisión convencional, que sigue siendo la congregadora de masivas audiencias. Hasta cuando va tercera en audiencias.

Telecinco debe expandir su pluralidad de contenidos para seducir a más gente, pero en el camino no puede dejar de ser Telecinco. Viendo su homogeneizada programación de mañana y tarde, ya no parece la cadena de la España diversa en la que se hablaban los distintos lenguajes de la calle. Hasta cuando tiraban de eufemismos. Hasta cuando se enfadaban. Hasta cuando vendían humo. El fin de Sálvame está recordando que querer ser más fino nunca significa ser mejor. Es más sano saber lo que estás digiriendo a pensar que estás alimentándote de jamón serrano gourmet y, en realidad, te estás indigestando con mortadela procesada.  

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