Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'TardeAR': debilidades y fortalezas del regreso de Ana Rosa Quintana a la tarde

Ana Rosa Quintana recupera su perfil más irónico y sonriente que fue diluyendo en la intensidad política del debate de matiné.
Ana Rosa Quintana en la mesa de TardeAR
Ana Rosa Quintana en la mesa de TardeAR
Mediaset
Ana Rosa Quintana en la mesa de TardeAR

TardeAR ya se ha instalado en Telecinco. Ana Rosa Quintana ha vuelto a la franja donde consolidó su popularidad en los noventa con un formato que intenta adaptar aquello que ha funcionado en sus 18 años en la mañana. Aunque con la amabilidad del tono vespertino. Tono que a AR le sienta bien, pues recupera su perfil más irónico, bromista y sonriente que fue diluyendo en la intensidad política del debate de matiné. 

La distensión es un valor tanto para Quintana como para Telecinco, en su búsqueda de ensanchar públicos. Y el programa la ha jugado bien en su estreno. Incluso a la hora de anunciar su primera entrevista estrella. Ha evitado vídeos de cebos de los que estamos ya inmunes y han saludado a Ivana Andrés nada más empezar de una manera más orgánica. La capitana de la selección de fútbol estaba sentada en un taburete como si fuera una más del equipo, entre las cámaras del programa. Entonces, Ana Rosa se ha acercado a ella como anfitriona. El interés estaba ya sembrado, sin que pareciera un anzuelo de suspense y con la energía de la empatía del piel con piel.

Después ha empezado un encuentro de amigos en la mesa central de la escenografía. Sardá, Alaska, Vaquerizo, Berrocal, Madame de Rosa, juntos y revueltos, hablando de todo un poco. Su función: son rostros reconocibles que entran por los ojos, aunque tampoco aportan demasiado con sus improvisadas reflexiones. Visten por su nombre más que por su conocimiento de los temas y, claro, chirrían determinados chascarrillos que sueltan y que delatan la cultura machista social en la que hasta, entre 'jijis' y 'jajas', se cae en poner de forma latente en duda a víctimas. La mofa de siempre que sigue ahí omnipresente. “Daos todos por besaos, no vaya a ser que me denuncie alguien", comentarios así definen no haber entendido nada ni tampoco querer comprenderlo.

El casting anda falto de pluralidad de miradas que ejerza un intercambio de sensibilidad generacional. O el programa corre el peligro de juzgar con condescendencia todas aquellas realidades que desconoce y, como consecuencia, expulsará a parte de la audiencia de hoy. Ya no estamos en los ochenta, vivimos casi en 2024. La estética y las risas son mejores siempre con contenido que aporte reflexión de más calado.

Pero un primer programa sólo es un primer programa. Y los magacines de entretenimiento se van haciendo con el rodaje. El acierto de TardeAR está en que ha llegado marcando muy bien el orden de los espacios y diferenciándose de sus antecesores. Era una de las claves del éxito de El Programa de Ana Rosa. La audiencia sabía a qué hora pasaba cada contenido. Y no se alargan de más los temas. Se deja atrás la especulación de horas y horas que ya no se cree el espectador para intentar contenidos concretos y estructurados, remarcando cada género que afronta el show y la franja horaria en la que va. Primero la relajación de lo viral y humano con una identidad más urbana, después los sucesos con un toque más oscuro, más tarde la crónica social con el plató tiñéndose de rosa...

Ana Rosa casi podría presentar hasta con las zapatillas de andar por casa". 

Y, entre medio, algún que otro chute de realidad aumentada. Eso que irrumpe cuando todo el decorado desaparece y la emisión se convierte en una especie de videojuego. Las animaciones virtuales son novedad en Telecinco, aunque no en el resto de las cadenas. Las vemos constantemente en TVE, Antena 3, La Sexta. Aquí llegan tarde, pueden estar bien para remover el compás del show y despertar el ojo de la audiencia, aunque la realidad aumentada en un magacín de compañía esconde un problema: desubica al espectador que necesita sentir el plató como un hogar en el que conoce en qué sitio está cada mueble, con su sofacito, con su mirador, con su zona para tomar café. La realidad aumentada que invade todo puede despistar y dar la sensación de que estamos ante otro programa en el que ni siquiera se localiza dónde está Ana Rosa engullida ante tanto cachibache. Tampoco funciona muy bien el logo del programa, que pretende ser elegante y se queda en poco actual.  Las líneas doradas o quedan con glamour o remiten a discoteca hortera a comienzos de los años 2000. 

No obstante, TardeAR cuenta con una escenografía clásica con unas pantallas que bien alimentadas ya de por sí transmiten una versátil amplitud que no necesita más fuegotes de artificio. Funciona muy bien cuando el fondo del decorado se asemeja a un gran ático que mira a la inmensidad de toda la ciudad. Eso es la tele, al fin y al cabo, saber mirar al entorno para que la audiencia te siga mirando. Ese es el reto de Telecinco para volver a conectar con el público más transversal. El primer programa de TardeAR no ha sido nada revolucionario, pero ha sentado bien a Ana Rosa. Estaba más cercana, menos intensa. Transmitía menos enfado, más disfrute. Esa es la fortaleza del formato: hay una autoría clara y cómoda. Ana Rosa casi podría presentar con zapatillas de andar por casa. 

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