"Informe Semanal volverá el próximo sábado. Por mi parte, esto ha sido todo. Muchísimas gracias por su confianza y su compañía durante todo este tiempo. Adiós y buenas noches". Con su empática sonrisa de siempre, pero con sus ojos emocionados en directo como nunca. Ana Blanco se ha despedido de los espectadores como ha informado en sus más de tres décadas en Televisión Española. Su discreción se ha mantenido hasta en el pudor del adiós. Un gesto que, en realidad, sintetiza cómo ha logrado la complicidad con el público durante todo este tiempo: ella nunca ha querido ser protagonista, sólo ha pretendido ser una trabajadora del oficio de contar bien la información del día. 

Y, como trabajadora, se prejubila. No estamos nada acostumbrados a que los rostros más populares de la información se jubilen por voluntad propia. Menos aún que se prejubilen. Siempre hay noticias que narrar, siempre es difícil dejar de estar en el centro de la influencia mediática. Es complicado desconectarse a tiempo de esa adrenalina periodística. Pero, en cambio, Ana Blanco se ha marchado en un último sábado de un mes de febrero de 2024. Sin, ni siquiera, concluir la temporada televisiva al completo. La vida no puede esperar y somos personas antes que periodistas. Esa naturalidad hasta para recoger los bártulos de su profesión como haría la mayoría de la población que no sale por la tele también responde a por qué los espectadores han sentido a la presentadora como una más de casa.

Aunque inevitablemente no ha sido una más. TVE y la sociedad española se quedan sin una voz que es una banda sonora sinónimo de credibilidad. Escuchar a Ana Blanco es sentir que estás en territorio seguro. Las noticias han parecido más fáciles cuando las ha elaborado ella con su rico verbo y trasparente mirada a cámara. En una televisión vendida a la épica para reclamar la atención entre tantos impactos audiovisuales, el éxito de Ana Blanco ha sido la antítesis de la fanfarria: la calma de la entonación segura, empática y prudente. Y prudencia fue una de las palabras que ella misma repitió bastante en el Telediario más largo de la historia, en aquel 11 de septiembre que cambió el mundo mientras se desmoronaban las Torres Gemelas. La estupefacción de las imágenes no impidió que Ana Blanco ordenara las ideas encontrando la veracidad, compartiendo las dudas y huyendo de las frases hechas del virus del sensacionalismo que aparece en las grandes tragedias que nos dejan sin palabras.

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Desde aquel septiembre, la información se procesa más y más en directo que nunca. La cautela es devorada, pues las imágenes corren tanto que cuando quieres pensarlas ya estás en otra imagen. Y las ideas siempre van más despacio que las imágenes. En este sentido, Ana Blanco jamás ha dado la sensación de sucumbir a la prisa, nunca ha mostrado ansias de ser la primera. Y así, paradójicamente, ha sido de las más creíbles. 

De hecho, en una televisión pública que sufre tantos cambios políticos que modifican todo el elenco de los rostros de los informativos, ningún directivo parecía atreverse a mover a Blanco, ya que con esa decisión se aseguraban una casi segura pérdida de audiencia, además de un descontento social.

Hoy se hablará de su característico peinado que se ha mantenido con coherencia. Hoy se hablará del respeto de la profesión a su trayectoria. Hoy se hablará del cariño de sus compañeros de TVE. Hoy se hablará de sus ojos mojados al decir 'Buenas noches'. Hoy se hablará de ella. Aunque, sobre todo, Ana Blanco ya está en la historia de la televisión justamente por su habilidad para no hablar de sí misma, aunque su sonrisa cauta expresara tanto siempre. Así informó con un carisma único: la confianza de la serenidad empática. Feliz merecida jubilación.

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