La lupa está en Andalucía. Las elecciones del 2 de diciembre suponen el pistoletazo de salida de unos comicios que se vaticinan cuando menos entretenidos. Si había poco lío, ahora sale a la palestra la venta de armas a Arabia Saudí, lo cual contrapone dos opciones: defender los derechos humanos y los miles de empleos que están en juego en Andalucía si se paraliza la construcción de cinco corbetas en los astilleros en Cádiz. La solución: esperar a que concluya la investigación de la muerte del periodista Khashoggi, como si hubiera dudas de lo que ocurrió.

En este contexto, Díaz se la juega y lo sabe. Del resultado electoral, dependerá no solo el devenir del Gobierno autonómico, sino también su propio futuro político. Todo ello, después de la rotunda derrota que cosechó ante Sánchez en el proceso de primarias del PSOE, que hizo que el ahora presidente del Gobierno se hiciera con el control del partido ocho meses después de dimitir. Este resultado fue difícil de digerir por la presidenta. Una segunda derrota, impensable.

Y aunque Sánchez y Díaz se empeñan ahora en aparentar cordialidad, sus allegados defienden que no hay olvido ni perdón. Ambos saben que no es el momento del ajuste de cuentas, sino de poner toda la carne en el asador. Ya llegará el momento después de las elecciones, tras una campaña en la que, casualidad o no, Sánchez no podrá participar ni al inicio ni al final.

Los sondeos no están claros al margen de la ventaja que otorga el CIS a la izquierda... Todo puede pasar... Está en juego la continuidad del PSOE en el Gobierno andaluz, en el que lleva 36 años, casi tantos como el PP en Castilla y León. ¿Habrá cambios? Está por ver.