OPINIÓN

La mascarilla de Trump

El presidente de EE UU, Donald Trump, se quita una mascarilla al saludar desde un balcón de la Casa Blanca, tras regresar a su residencia después de ser hospitalizado por COVID-19.
El presidente de EE UU, Donald Trump, se quita una mascarilla al saludar desde un balcón de la Casa Blanca, tras regresar a su residencia después de ser hospitalizado por COVID-19.
KEN CEDENO / EFE
El presidente de EE UU, Donald Trump, se quita una mascarilla al saludar desde un balcón de la Casa Blanca, tras regresar a su residencia después de ser hospitalizado por COVID-19.

Lo primero que hizo el presidente de los Estados Unidos al llegar a la Casa Blanca, recién "escapado" del hospital, fue quitarse la mascarilla. La irresponsabilidad es una característica que, una vez que se domina con soltura y se ha practicado durante tiempo, puede no tener límite. Hoy se puede ser más irresponsable que ayer, por muy irresponsable que se fuera ayer. Y Donald Trump es muchas más cosas además de un irresponsable. También es temerario.

Cuando dio positivo y tuvo que ser ingresado, el presidente dejó atrás una larga lista de contagiados. Todos ellos habían pasado por la residencia presidencial unos días antes para participar en un acto en el que las mascarillas eran una excepción, y donde se estrecharon manos y se regalaron besos y abrazos como si eso fuera posible. Uno de los casos es el de la jefa de prensa, que fue quien compareció ante los periodistas para confirmar el contagio de Trump, y lo hizo sin mascarilla. Días antes, en otra rueda de prensa, le preguntaron por qué era ella la única que no usaba mascarilla en aquella sala. Su respuesta, propia del manual del trumpismo, fue que llevarla es solo una opción personal, no una obligación. Ella y varios colaboradores e informadores han dado positivo.

"Que recomiende no tener miedo al contagio cuando han muerto más de 200.000 en su país se valora por sí solo"

La lista de irresponsables es larga y alcanza a asesores presidenciales y senadores. Todos ellos debían sentirse intocables para un virus que puede alcanzarte en cualquier momento, incluso si sigues al pie de la letra las medidas sanitarias. Pero que, si las ignoras, tus opciones de caer son muchas. Y las opciones de que, a su vez, hagas caer a quienes te rodean son enormes.

Sin embargo, Trump no cede. Metido en una campaña electoral a la desesperada contra su rival y contra los sondeos, se permitió salir en coche del hospital para saludar a los hooligans que le apoyaban en la puerta, lo que ha obligado a los dos agentes de seguridad que le acompañaban a guardar cuarentena. Y cuando decidió darse el alta a sí mismo trató de convencer a su hinchada de que esa es la demostración no de su inconsciencia en la gestión de esta crisis de salud, sino de una fortaleza física que le haría, según su mentalidad infantilizada, digno de seguir al frente del país. Que recomiende no tener miedo al contagio cuando han muerto más de 200.000 estadounidenses se valora por sí solo.

En el primer debate entre los dos candidatos a la presidencia, Trump se burló de Joe Biden por no quitarse nunca la mascarilla en público ("la mascarilla más grande que he visto en mi vida", ironizó). Es solo una caricatura más de una presidencia grotesca, en la que el inquilino de la Casa Blanca ha conseguido el absurdo objetivo de que la diferencia más evidente en un país tan polarizado sea que los demócratas lleven mascarilla y los republicanos se resistan a ponérsela.

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