Rebeca Marín Periodista y escritora
OPINIÓN

El virus de la memoria

Una cuidadora ayuda a comer a una anciana en una residencia.
Una cuidadora ayuda a comer a una anciana en una residencia.
MARISCAL / EFE
Una cuidadora ayuda a comer a una anciana en una residencia.

Lo pueden llamar COVID-19 o coronavirus, pero para mí es el virus de la memoria porque está acabando con ella, nos la está robando cada día en forma de fallecidos, arrebatándonos a nuestros mayores. Esos abuelos y abuelas con los que el virus se ha cebado dejándonos huérfanos de historia, la que solo ellos han vivido y nos pueden contar, nuestra memoria viva.

Un virus que está destruyendo lo que somos y arrasando lo que hemos sido. Nuestros ancianos, la única prueba fehaciente de la guerra, del hambre, de los juegos sin pantallas, de la lista de los reyes Godos, de las chapas, de la ropa de los domingos, de la vida con charlas y sin tele y con más libros que internet.

¿Cuántos nietos y nietas se han quedado sin conocer sus batallitas?, que realidad son batallas de verdad con sangre y balas. Cuántos, sin aprender que dejarse algo en el plato en otros tiempos era una ofensa a la vida, sin saber que hay que recibir golpes, muchos, para darse cuenta de que ninguno es tan importante como la vida misma. Cuántos desconocerán que las manos tienen arrugas y callos y que ambos, son testigos de la experiencia y la sabiduría.

Según datos del 13 de abril, más de 10.000 personas mayores han fallecido debido al virus en residencias, la mayoría en Madrid, Cataluña y Castilla y León. Suponen más de la mitad del total de los fallecidos en toda España.

Mientras que, para el resto, nuestras casas se han convertido en búnkeres, en refugios donde sentirse seguro, ellos en sus residencias han encontrado la peor de las trincheras, han ocupado la primera línea de la batalla.

Son los integrantes de una película bélica, la vida, donde han ido cambiando de uniforme y de papel. Pasaron de ser abuelos a segundos padres y madres. Ya con años de sobra, se tuvieron que colocar de nuevo los galones y dirigir a la tropa. Llevar a sus nietos y nietas al cole y recogerlos y darles la merienda, y a veces, hasta la cena, porque sus padres no estaban en casa, trabajaban 10 y 12 horas al día en un sistema capitalista y caníbal que te engulle y te convence de que es la única manera de vivir bien, y para muchos, de sobrevivir.

Y ahí no quedó la cosa, no sólo volvieron a la batalla, sino que tuvieron que ponerse las botas y luchar de nuevo por el resto. Fueron los salvadores de la economía familiar y en último caso, nacional.

Cuando miles de personas se iban al paro en la cruda crisis de 2008, ellos, con sus raquíticas pensiones, acogieron en sus casas a sus hijos y a sus nietas, sin quejarse, cuando lo que les tocaba después de dar, sacrificarse y luchar durante años, era quedarse en la retaguardia.

Y después de todos estos esfuerzos, de esta guerra interminable sin tregua, llega un virus, real, con su corona y les pone en el punto de mira, ve en su cansancio tras tantas batallas, en su debilidad, la mejor baza.

A ellos y también a sus refugios, las residencias, evidenciando su incapacidad, su precariedad, sacando a la luz un problema que llevaban escondido mucho tiempo. Un negocio mayoritariamente privado, hasta un 75% en toda España. Un sector, el de la Dependencia que acumula un recorte en los Presupuestos de casi 6.000 millones de euros. Un mercado que lleva más de 4 años creciendo a más del 4% interanual y que a su vez acumula más falta de medios, escasez de plazas y precarización de sueldos. Y al final de todo, nuestros ancianos y ancianas que se ven inmersos en otra guerra, la última para muchos, porque esta vez son los únicos sin chaleco, sin casco y sin armas para combatir.

El lenguaje bélico para referirse a esta crisis, está siendo muy cuestionado, y no falta razón, pero es que, en este caso, si alguien puede hablar de guerra, son ellos, nuestros mayores, que la vivieron literalmente en sus carnes. Y si hay alguien que la encarna, es el ejército, los que están acudiendo a su rescate a las residencias, hoy trincheras donde muchos están muriendo o viendo morir a sus compañeros.

En este caso amigas, hablar de guerra yo diría que está permitido, y la única victoria será salvarles a ellas y ellos, los que nos salvaron al resto de muchas otras batallas y por lo que hoy, seguimos vivos. Que no se nos olvide, que este virus no consiga, además, arrebatarnos la memoria

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