OPINIÓN

Rocío Carrasco, el maltrato convertido en espectáculo

Después del gran revuelo formado tras la emisión del primer capítulo de 'Rocío, contar la verdad para seguir viva', Telecinco emite el segundo capítulo bajo el titulo 'Se nos rompió el amor' en el que Rocío Carrasco explica como fue el momento en el que se enteró de que estaba embarazada por primera vez, como fue su boda y el momento en el que se dio cuenta de que su matrimonio ha acabado.
Imagen del documental sobre la vida de Rocío Carrasco.
Después del gran revuelo formado tras la emisión del primer capítulo de 'Rocío, contar la verdad para seguir viva', Telecinco emite el segundo capítulo bajo el titulo 'Se nos rompió el amor' en el que Rocío Carrasco explica como fue el momento en el que se enteró de que estaba embarazada por primera vez, como fue su boda y el momento en el que se dio cuenta de que su matrimonio ha acabado.

La espectacularización de la información es un tratamiento mediático que convierte un suceso en una especie de película de acción. La trama se desvirtúa a favor del efectismo, mientras que a los protagonistas se les carga emocionalmente hasta el extremo. Un envoltorio que hace que una trama real se sirva como si fuera la ficción de unos personajes que, lejos de las apariencias, son personas.

Esta perversa estrategia narrativa encaja con el formato de la supuesta serie documental que protagoniza Rocío Carrasco y que ha vuelto a arrasar en las audiencias, centrada ahora en su vida marcada por la tragedia. Digo supuesta porque es una entrevista exclusiva de las de toda la vida, aunque con la etiqueta traten de alejarlo del sensacionalismo. Sálvame con otro lazo.

Funciona, los tuiteros que se posicionan a favor o en contra no se reconocen como espectadores de un culebrón, sino justicieros sociales. Tampoco los políticos que cuestionan públicamente las sentencias del poder judicial a base de populismo y obvian derechos constitucionales en un tiempo en el que parece que importa más ser mujer que lo que haya ocurrido. Y todo en plena campaña electoral.

Que se aborde el debate de la violencia de género en televisión siempre es positivo. Lo que no lo es tanto es que se convierta en un espectáculo comercial. Al cheque millonario para la protagonista, que le vendría de perlas a una asociación de víctimas de violencia de género, se le suman todos los que ha recibido la otra parte durante años. La misma cadena que ahora le ha sepultado, antes le hizo rico.

Cabe preguntarse desde cuándo tenían el testimonio de su exmujer y si guardaron el despido hasta la emisión para así hacer a los espectadores partícipes de la decisión como si fueran un jurado popular que sentencia con hashtags. Lo que sí tiene respuesta es que, por delante, los programas de la cadena explotaron la expectativa haciéndole partícipe de lo que iba a ocurrir. Vamos, que por deber moral no parece que se haya hecho.

Igual la serie sorprende con un capítulo en el que llegan las pruebas necesarias para que los jueces, a los que se cuestiona, cambien su sentencia (doble sobreseimiento a favor del exmarido). Hasta entonces, pinta más a perversa estrategia narrativa que busca audiencia que se sienta partícipe del juicio televisivo mientras tuitean. También suena a banalización del maltrato.

Es un insulto para las víctimas de violencia de género que las lágrimas tengan precio. Puede deslegitimar testimonios anónimos que no juegan ni a la inversión económica ni al revanchismo. El maltrato es un grave problema real que nunca debería convertirse en espectáculo morboso. Si se hace es porque hay espectadores para verlo. Cambiarlo es responsabilidad de toda la sociedad.

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