Recorren la ciudad de arriba abajo empujando un carrito de supermercado. La mayoría son inmigrantes subsaharianos, marroquís y algún que otro rumano. Los vemos hurgar en contenedores de residuos buscando cachivaches.
Los chamarileros a los que acuden para vender su ‘recolección’ son exigentes, no todo vale para que les suelten unos eurillos. Para lograr sobrevivir siempre les queda la triste opción de recurrir a los mercadillos de la miseria que se instalan furtivamente en las plazas de la ciudad.
Muchos de ellos pernoctan hacinados en naves industriales insalubres y locales ocupados ilegalmente. Y así, día tras día, hasta que salta la tragedia y la sociedad lamenta horrorizada la muerte de personas entre llamas.
Lo ocurrido en Badalona es tan solo la punta del iceberg. Hay en nuestro país centenares de situaciones similares y un problema de marginación y pobreza que es preciso remediar. De nada sirven ahora los lamentos de las autoridades municipales, o autonómicas, alegando que la nave estaba vigilada y que, sin una autorización judicial, deviene imposible intervenir.
Hace tiempo que sabemos eso. El tema es más profundo, se trata de conseguir un encaje digno de la inmigración en nuestra sociedad. Urge abordar de inmediato los problemas de vivienda y marginación de los colectivos más desfavorecidos; al igual que es perentoria una intervención decidida contra las ocupaciones ilegales gestionadas por mafias. ¿Qué más tiene que arder para actuar?
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