Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Dos Españas

El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la penúltima sesión plenaria en el Congreso de los Diputados antes del paréntesis estival, en Madrid (España), a 22 de julio de 2020
El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la penúltima sesión plenaria en el Congreso de los Diputados antes del paréntesis estival.
EFE
El Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la penúltima sesión plenaria en el Congreso de los Diputados antes del paréntesis estival, en Madrid (España), a 22 de julio de 2020

Durante cuarenta años hemos vivido una paz duradera, magnífica y estable, que ha ocultado parte de esa esencia nacional cainita que acostumbra a asomarse de vez en cuando. El populismo de ambas laderas, izquierda y derecha, con el silencio cómplice de algún desnortado, ha desenterrado la cólera. Y, así, hemos mudado del "amor en los tiempos del cólera" al "odio en los tiempos de la cólera". 

Y son procesos tan íntimos y tan inapreciables que, como decía Miguel Delibes a propósito de su personaje Pacífico Pérez en La guerra de nuestros antepasados, "empezó creyendo en la no violencia y acabó convencido de que eliminar a un semejante con la navajilla de abrir piñones era un acto normal".

"Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo". Así se pronunciaba Pascual Duarte, el de Cela, que reconocía estar poseído por una maldad sin justificación. Únicamente la educación en sentido amplio puede contraponerse al determinismo y a la herencia genética del monopolio ancestral de la violencia y del enfrentamiento. 

Es la mística del odio, es la necesidad invariable de tener un enemigo

Bien lo decía el maestro Delibes: "Cualquier observador imparcial te confirmará que los españoles de los años treinta fuimos educados para la guerra, para una guerra feroz entre buenos y malos, en muchos casos con la mejor de las intenciones. Los ‘malos’ para la derecha eran los de la izquierda, y para los de la izquierda, los de la derecha. Fue una etapa tremenda de incomprensión, que difícilmente hubiera podido tener otro desenlace". 

Es la mística del odio, es la necesidad invariable de tener un enemigo. Caín y Abel. "Sangra o te sangrarán" era lema de divisa de nuestros antepasados que, a su pesar, tuvieron que optar por el fratricidio histórico, ya proviniese de la guerra de África, de la guerra carlista o de la Guerra Civil. Y, mientras, en nuestro presente simple, los nacionalistas frotándose las manos ante el espectáculo revivido de las dos Españas. Ellos ganan si estamos divididos. Ellos pierden si, al menos, recobramos la cordura.

Además, hemos acabado convertidos en energúmenos del Leviatán tecnológico. Pasen y vean como el Homo digitalis es un poseso de la palabra gruesa y del intestino bajo, que insulta como respira, y respira como insulta en esta España binaria. Las nuevas tecnologías han provocado que el hombre pierda su hipersensibilidad de modo que el sufrimiento es menor.

Las redes sociales han convertido en personaje de ocasión hasta al más tonto de la clase

Y, como las redes sociales han convertido en personajes de ocasión hasta al más tonto de la clase, qué mejor fórmula para hacerse famoso que hiperventilar obscenidades y vituperios con la fuerza de un gañán. Tiendo a no mirar nunca los comentarios que asnos, rocines, percebes, mentecatos, catetos con viento de popa, analfabetos y gofos construyen en palabras de sintaxis lerda. Porque no es molesta la crítica, sino que lo que es inaceptable es el insulto del bocón y de la bocona, que en esto no hay diferencias. Al menos, cuando insulten, que no cometan faltas de ortografía. l

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