Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'La Resistencia', Jorge Ponce y el triunfo de desafiar los prejuicios sociales

Jorge Ponce en la Gran Vía
Jorge Ponce en la Gran Vía
Movistar Plus
Jorge Ponce en la Gran Vía

El entretenimiento que trasciende hasta calar en el imaginario colectivo suele ser el que conecta con el espíritu crítico de la audiencia. No es nada nuevo, va de los monólogos de Miguel Gila a los rótulos de Cachitos de hierro y cromo. Pero no son buenos tiempos para la comedia. Ponemos freno al atrevimiento a través de los grandes medios de masas. Tal vez porque aún estamos aprendiendo a gestionar el qué dirán en Twitter y el temor a qué político se ofenderá hoy. Son los otros efectos secundarios de una época en la que vivimos tan enchufados a la teatralización del trending topic que es fácil que se magnifiquen percepciones que no definen a la sociedad real pero que, a la vez, sí que provocan autocensuras en los creadores para evitarse el trago de las molestias.

Pero la buena comedia es la que nos retrata cómo somos. Y sin demasiados eufemismos. Y con un poco de mala leche, incluso. Jorge Ponce es el ejemplo perfecto actual de ese sarcasmo que nos enfrenta a nuestros prejuicios y realidades. Su papel en La Resistencia es fundamental para desengrasar el programa con una versatilidad creativa que no es nada previsible. El formato de David Broncano sabe que el buen guion televisivo es el que no necesita presentar colaboradores -término vacío que no dice nada- y, directamente, opta por favorecer personajes que pueden irrumpir de las infinitas formas que la imaginación mande.  Personajes que, además, pueden evolucionar con el espectador con el paso de las semanas. Lo que les hace más empáticos e identificables. 

Y si haces el programa junto a la Gran Vía, hay que aprovechar el decorado real que tienes a la puerta del teatro. La Resistencia lo hace desde sus orígenes, con Jorge Ponce sirviendo de respiro disruptivo a lo que sucede en el set principal del show gracias a acciones callejeras que se llevan hasta las últimas consecuencias. Porque el buen 'humorismo', que diría Gila, es el que no se queda a medio gas. Así, juegan con los peatones pero no se quedan en un juego superficial. Cada 'gag' termina plasmando una traslúcida radiografía social de nuestras cotidianidades. Y el espectador termina a carcajada limpia. Una carcajada cargada de ingenuidad, pues se siente inesperadamente identificado con lo que ve.  

Y los que pasean por la Gran Vía participan. No huyen. Aunque sepan que Jorge Ponce les va a desafiar.  Y no es por el magnetismo de la tele -que en ocasiones también-, es principalmente porque la gente es más generosa de lo que a menudo los medios de comunicación muestran. Es, al final, el éxito de La Resistencia: no se ha quedado en el artificio de los balcones glamourosos de la Gran Vía y ha sabido tocar el suelo de las calles de detrás. Esas calles que son más oscuras, más osadas, más inconscientes, más de verdad. Que no pierda el programa de Movistar Plus esa esencia a pie de asfalto que representa literalmente Jorge Ponce. Ahí, a pie de asfalto, a La Resistencia le queda todavía un gran recorrido por indagar e incluso muchos prejuicios por remover y derribar, prejuicios ajenos y propios.

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