En esto de las elecciones de Castilla y León, tengo la impresión de que ha habido más análisis que votos en las urnas. Cientos y cientos de lecturas sobre qué ha pasado para que Mañueco haya ganado tan por debajo de las expectativas de Pablo Casado y esté en manos de Vox y para que el socialista Tudanca haya quedado tan por debajo…de las expectativas siempre triunfantes para la izquierda del CIS de Tezanos.

Solo hay un hecho objetivo: ni PP ni PSOE tienen motivos para la dicha, aunque, siendo pragmáticos, no está de más recordar que al PP le será más fácil hacer la digestión de los resultados desde el gobierno que desde los bancos de la oposición a los que seguirá condenado el PSOE. La pregunta, como diría Mourinho, es por qué. ¿No habíamos quedado en que el bipartidismo empezaba a estar de vuelta?

Pese a la cuasi desaparición de Ciudadanos y de Unidas Podemos en la región, un tanto por ciento nada desdeñable de los ciudadanos sigue buscando soluciones a sus problemas en opciones populistas que le quieren pegar una patada al tablero constitucional o le dan un voto de confianza a movimientos localistas que nacen de la sensación de que más que ser hijos de la España vaciada lo son de la España no escuchada.

Hay un porcentaje sustancial de la población que desconfía de sus palabras

Quizás es que en esto último radique el problema. Ni PP ni PSOE han logrado reconectar como querían, entre otras razones, porque hay un porcentaje sustancial de la población que desconfía de sus palabras. Su depósito de la credibilidad ha ido menguando. Y tal vez tenga en ello que ver que en demasiadas ocasiones no practican lo que predican. Tienen un problema de falta de coherencia que pagan una y otra vez en las urnas. Y que seguirán pagando en otras partes de España si siguen con sus recetas del siglo XX para un mundo que ya ha cambiado.