Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

Mientras tanto, en Cataluña, decadencia

El vicepresidente del Govern en funciones, Pere Aragonès.
El vicepresidente del Govern en funciones, Pere Aragonès.
Europa Press
El vicepresidente del Govern en funciones, Pere Aragonès.

En la Comunidad de Madrid hay unas elecciones envueltas en un enorme dramatismo político y mediático. Afortunadamente, en la calle muy pocos temen que de verdad estemos ante disyuntivas históricas tales como "comunismo o libertad", en palabras de Isabel Díaz Ayuso, o "democracia o fascismo", como sostienen las izquierdas. Otra cosa es la violencia retórica y gestual que practican los líderes de los partidos extremos para polarizar el voto, como se vio en la cadena SER entre Rocío Monasterio y Pablo Iglesias. 

Por ahora, lo más infame es el venenoso cartel de Vox contra los menores migrantes, claro ejemplo del discurso del odio con el que los partidos de ultraderecha intentan crecer en toda Europa a base de sembrar miedo y falsedades. Ahora bien, son solo unas elecciones autonómicas, nada más, que darán paso rápidamente a un nuevo gobierno, presidido lo más probable por la popular y populista Ayuso, con o sin Vox; o por el socialista Ángel Gabilondo, si las izquierdas alcanzan a sumar mayoría.

Otra cosa es la violencia retórica y gestual que practican los líderes de los partidos extremos para polarizar el voto

Y mientras tanto, en Cataluña, donde ya hace dos meses y medio que se votó, todo sigue igual, es decir, peor. Nunca antes nadie que haya perdido las dos votaciones de investidura, como le ha sucedido al republicano Pere Aragonès, se ha convertido en president. Aunque su elección sigue siendo el escenario más probable, porque ni ERC ni Junts quieren ir a nuevas elecciones, esa humillación agriará aún más las relaciones entre ambos. 

Lo realmente llamativo es que dos fuerzas que no solo aspiran a seguir al frente del autogobierno, sino que proclaman como objetivo urgente lograr la secesión, sean incapaces de ponerse de acuerdo. Evidencia que el mayor problema del independentismo desde el fracaso del procés en octubre de 2017 es que carece de estrategia efectiva. Desde que la unilateralidad se demostró imposible, no sabe qué hacer, con lo que la lógica de los intereses partidistas, personales y clientelares gana protagonismo aunque se disfrace de diferencias políticas. Eso ya ocurría antes, cierto, pero entonces estaban conjurados a dar el siguiente salto.

Lo grave es que el ensimismamiento de los separatistas lastra todas las oportunidades de Cataluña, que ha entrado en una fase de visible decadencia. Ya no es el nervio industrial de España, ha perdido todas sus grandes entidades financieras y Madrid la supera en PIB y creación de empleo. Pero ya no solo es que haya dejado de ser la locomotora, sino que incluso en algunos temas está en el furgón de cola como, por ejemplo, en un reto ahora mismo tan importante como son las energías renovables. Cataluña necesita un nuevo Govern sin más dilaciones, pero no para seguir alimentando la agitación y la propaganda, sino para sacarla de la decadencia.

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