Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Inocentes criaturas

Dominar un instrumento
Dominar un instrumento requiere tiempo y disciplina.
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Dominar un instrumento

Veo en la tele un famoso programa en el que unos niños lloran mientras cocinan. Es el primer capítulo y los participantes se presentan. Un niño de Murcia dice que quiere ser neurocirujano. A una niña de Cantabria le gustaría haber nacido en el Renacimiento. Otra dice que aspira a ser magistrada del Tribunal Supremo y otra que su extraescolar favorita es tocar el violín. No me extraña que, si se quema la tortilla de turno, se sientan muy frustrados. Es la presión.

Los padres de los niños que juegan bien al fútbol reciben, cada vez más pronto, llamadas de clubes que ofrecen ficharlos. Les prometen un dorsal, una posición en el campo o cualquier otro asunto que quizá no pueden cumplir. Los convencen con el viejo recurso de la adulación. Antes te fichaba el gran equipo de la ciudad, ahora te ficha cualquier club de barrio. La dedicación en tiempo y en infraestructura familiar es la misma y todo se traduce en más presión para el pequeño. Y así con casi todo. Aprender chino, tocar el piano, hacer artes marciales, natación, gimnasia deportiva son algunas de las tentaciones que tienen los padres para hacer de sus hijos personas de provecho, para que tengan un futuro y puedan meter cabeza en el complicado mundo que les espera..

Algunos padres han decidido volver a hacer primaria. Parece que las publicaciones insoportables de “yo fui a EGB” les saben a poco. Vuelven al colegio a través de sus hijos. Conocen el horario, controlan los deberes y saben de sobra qué días hay examen. En la infancia, cuanto más autónoma es una persona, más felicidad puede alcanzar. Su autoestima crece y la seguridad en sí misma le lleva a un aprendizaje mucho más eficaz. Tener a tus padres mirando por encima de tu hombro cuando haces los deberes es agobiante. Más presión.

"En la infancia, cuanto más autónoma es una persona, más felicidad puede alcanzar"

Desde los primeros años de vida, el error está penado. Cada vez hay menos margen para la equivocación. Fabricamos robots en cadena. No los preparamos para el fracaso ni para la frustración y, todos lo sabemos, el fracaso y la frustración llegan siempre. Nos engañamos con el cuento del “tiempo de calidad”, cuando lo que hace falta es cantidad y normalidad. Hacer las cosas mal es muy sano.

Los niños son las víctimas inocentes de esta aburrida película de sobremesa que se titula “Mirad que bien me va”. Parece que les hemos puesto en la mochila a nuestros hijos la obligación de ser mejores que nosotros, de hacernos quedar bien ante los demás y, si puede ser, de sacarnos de pobres. No les dejamos jugar, no les dejamos perder un poco el tiempo, ni ver pasar la vida. No les dejamos en paz. Cuando crezcan van a tener un objetivo claro: librarse de sus padres cuanto antes.

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