Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Este artículo es una hecatombe

El logo de la compañía Twitter, en la Bolsa de Nueva York (EE UU).
El logo de la compañía Twitter, en la Bolsa de Nueva York (EE UU).
JUSTIN LANE / EFE
El logo de la compañía Twitter, en la Bolsa de Nueva York (EE UU).

La objetividad no existe, pero la honestidad sí. Crecimos creyendo que para ejercer bien la profesión de periodista había que lograr ese rigor que proporciona conocimiento y, además, construye un mundo mejor. Había que contrastar la verdad. La razón siempre debía equilibrar la pasión. 

Sin embargo, en los últimos tiempos y con el auge de las redes sociales, da la sensación de que se premia el incendio. Porque se visibiliza más rápido. Y da más audiencia, claro. La ecuanimidad prudente ya está amortizada. No es tan rentable como el ruido polémico. No se comparte tanto como lo que enfada por los usuarios de los nuevos escaparates de consumo, las redes sociales.

Así, desde los medios de comunicación, se puede ir dejando atrás a la audiencia crítica para consolidar el público creyente que es el que más se ve, pues es el más activo generando controversias. Como consecuencia, nos estaremos despegando de la sociedad real, que en su día a día cotidiano cruza puentes y no está a la gresca constante. El argumentario político y la fe ciega a lo viral termina desacreditando al periodismo y al propio informador. Ahí, todos, profesionales y espectadores, debemos realizar autocrítica.

El mejor artículo siempre ha sido el que genera debate, no el que confirma lo que quieres leer. El problema es si escogemos más donde nos ratifican nuestra indignación que donde aprendemos. En ese caso, los titulares ya no serán titulares de los temas: sólo serán cebos con palabras clave para intentar lograr la atención masiva. Hecatombe, apocalipsis, ¡terror! O, de lo contrario, no entrarás a leer. Porque para qué. Estamos intensos, pero poco profundos. Nos creemos cambiando el mundo a golpe de clic indignado, pero sólo estamos entretenidos jugando al reality show. No hay medias tintas, no hay matices, el vocerío empieza a borrar al argumento que representa que la sociedad es compleja y que nada es blanco o negro. Todo depende de contextos, tiempos y circunstancias. Siempre todo baila entre muchos matices. O frenamos la velocidad de consumo y nos paramos a pensar y a descubrir, o ya pensarán otros por nosotros sin que nos estemos dando cuenta. Porque gritamos mucho en las redes pensando que tenemos la razón absoluta y se nos está escuchando, pero, en realidad, ¿escucha alguien a alguien? Quizá solo nos escuchamos a nosotros mismos.

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