Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

Puigdemont se pudre

Carles Puigdemont
Carles Puigdemont.
David Zorrakino - Europa Press - Archivo
Carles Puigdemont

Las urnas de San Valentín dejaron en el Parlamento catalán una nueva aritmética que permite alumbrar algunas certezas. La primera y fundamental es que será Pere Aragonès quien presida la Generalitat y ocupará ya sin complejos el despacho que dejó vacío Quim Torra, donde no se atrevió a entrar por miedo a que le acusaran de sacar provecho a la inhabilitación. Aragonès no ha ganado las elecciones, pero le ha ganado a Laura Borràs, la nueva flamante marioneta de Carles Puigdemont. A ella con el tiempo le irán resultando más incómodos los hilos que la manejan desde Waterloo y pronto le invadirá el deseo de cortar amarras y adquirir vida propia. A diferencia de Torra, ella cree tener hechuras para suplantar al césar fugado, cada día más alejado de la realidad catalana. Borràs querrá entenderse con Aragonès y llegar a un pacto de gobierno que la siente en un despacho grandote de la Generalitat. Para que esa entente prospere en términos prácticos ERC le exigirá que rompa la disciplina con su mentor y le deje que se pudra.

"La autoridad moral [de Junqueras] ante el universo independentista aplasta las peroratas incendiarias de los adoradores de Waterloo"

Puigdemont lleva tiempo enmoheciendo en su jaula dorada, pero la misma noche del 14-F empezó a oler a cadaverina. Esa misma noche trató de despejar su hedor con un discurso triunfalista enfatizando el sorpaso independentista al constitucionalismo, cuando en realidad solo el 27% del electorado apoyó a los secesionistas y casi la mitad de los catalanes pasaba de votar. Lo único que le puede rescatar del ostracismo es que la Justicia belga lo devuelva a España, y ese escenario le aterra.

Puede que nadie en Cataluña deteste tanto a Carles Puigdemont como el que fuera su vicepresidente, Oriol Junqueras, quien, lejos de huir escondido en un maletero, se quedó a dar la cara y defender sus convicciones ante la Justicia. Junqueras lleva tres años y medio en prisión, ahora en un tercer grado que la Fiscalía no quiso recurrir hasta concluir el proceso electoral, y su autoridad moral ante el universo independentista aplasta las peroratas incendiarias de los adoradores de Waterloo.

"El giro radical que tanto Junts per Catalunya como la CUP demandan puede resultar indigerible para ERC"

Las urnas de San Valentín certificaron, sin duda, la mayoría independentista y las carencias del constitucionalismo de centroderecha para enganchar al electorado con una oferta pragmática que les saque de casa para depositar su voto. Sin embargo, y a pesar de mantenerse incólume la polarización que parte en dos su sociedad, no todo queda igual que antes en la política catalana. Las elecciones del pasado domingo dieron la victoria a los dos partidos que desde un lado y otro de esos bloques apuestan por explorar alguna forma de entendimiento que permita a Cataluña salir del bucle y dar prioridad a los problemas reales que atenazan a su ciudadanía. La matraca del procés seguirá sobrevolando como un fantasma, pero los 33 escaños de Salvador Illa tendrán un efecto balsámico que restará tensión a la legislatura.

Es también una certeza que el candidato socialista no será, por ahora, presidente de la Generalitat, la llave la tiene ERC y serán los republicanos los que decidan con quién gobiernan. Lo pueden hacer también pactando con el PSC y los comunes, una posibilidad que, aunque por ahora no tenga visos de prosperar, lo cambia todo. No se va igual a negociar si hay dos alternativas para elegir y, al margen de su mala relación, el giro radical que tanto Junts per Catalunya como la CUP demandan puede resultar indigerible para la estrategia republicana. Tampoco conviene olvidar que ERC y el PSOE mantienen muy lubricada esa vía de comunicación que permitió la investidura de Pedro Sánchez y sacar adelante sus Presupuestos. Además ambos quieren que se pudra Puigdemont.

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