Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

Misiles hipersónicos

El misil hipersónico Hwasong-8, durante una prueba realizada en Toyang-ri, Corea del Norte, en una imagen facilitada por la agencia estatal norcoreana.
Un misil hipersónico.
KCNA / EFE
El misil hipersónico Hwasong-8, durante una prueba realizada en Toyang-ri, Corea del Norte, en una imagen facilitada por la agencia estatal norcoreana.

Casi dos años lleva la pandemia atenazando al mundo, condicionando la actividad económica global y cobrándose millones de vidas. Esa brutal calamidad trastocó los movimientos comerciales a nivel planetario impulsando las ventas electrónicas, atascando la logística tradicional y provocando distorsiones en el abastecimiento hasta ahora insólitas. Al mismo tiempo las consecuencias del calentamiento del planeta muestran ya su peor cara con toda suerte de catástrofes naturales que, ya pocos dudan, guardan relación con las emisiones de gases de efecto invernadero y el maltrato que dispensamos a la atmósfera. Tales desgracias y otras no menos devastadoras, como la hambruna y la desesperanza que asola a países donde la vida no vale nada, son males a los que la ciencia y los gobiernos deberían dedicar todo su esfuerzo, su inteligencia y cuantos recursos puedan. Eso sería lo racional y lo que vestiría de dignidad a la especie humana.

Hay sin embargo síntomas evidentes de que quienes gobiernan el mundo siguen apostando por rearmarse hasta los dientes para ser los que más den ante un supuesto conflicto bélico. Un conflicto hipotético, porque los más poderosos son conscientes de que su capacidad de destrucción mutua es de tal magnitud que solo habría perdedores en otra guerra mundial. El arsenal atómico de las grandes potencias es suficiente para aniquilar varias veces la Tierra y se entiende que nadie en su sano juicio pulsaría el botón nuclear que iniciara semejante proceso de autodestrucción. Lo malo es si a ese inmenso poder de hacer daño accediera alguien cuyo juicio no goce de buena salud, lo que nunca es descartable.

Con ese objeto las grandes potencias fueron diseñando sofisticados sistemas capaces de detectar la trayectoria de un misil que pudiera portar una cabeza nuclear e interceptarlo en el aire antes de que alcanzase su objetivo. Es el caso del escudo antimisiles desplegado por la OTAN en la base naval de Rota, piedra angular de la defensa de Europa.

"Aunque el Pentágono no se ha mostrado oficialmente preocupado, es seguro que lo estará, y mucho"

En esa tranquilidad sujeta con alfileres estábamos hasta que hace unos días un artículo del Financial Times desvelaba que China ha ensayado un tipo de arma capaz de romper tal esquema defensivo. Se trata de un misil hipersónico con unas posibilidades de maniobrabilidad y trayectoria que complican sobremanera su detección e interceptación. Un ingenio que probaron un par de veces el verano pasado para desconcierto de los servicios de inteligencia occidentales, que no imaginaban que el Gobierno de Pekín hubiera desarrollado una tecnología tan avanzada. Según este rotativo, el segundo de los misiles ensayados llegó a rozar los 34.000 kilómetros/hora, unas veintisiete veces la velocidad del sonido.

Un artefacto con semejantes capacidades podría alcanzar cualquier objetivo del planeta por direcciones inesperadas y eludiendo los radares, lo que compromete la eficacia de los sistemas de defensa antimisiles. Aunque el Pentágono no se ha mostrado oficialmente preocupado, es seguro que lo estará, y mucho.

China no es la única que se afana en el desarrollo de armas hipersónicas; además de Estados Unidos, también están en ello Rusia, Francia y el Reino Unido, lo que estimula una carrera armamentística en la que a buen seguro se invertirán ingentes cantidades de recursos. Resulta incomprensible que la concurrencia de calamidades que sufre el planeta y que han de ser abordadas globalmente no induzca a las grandes potencias a trabar acuerdos capaces de frenar tan absurda y costosa deriva. Siglo XXl y el hombre sigue siendo un lobo para el hombre.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento