Las elecciones del 10-N han pasado factura. El disenso que provocó el adelanto electoral generó un voto de castigo de una dureza inusitada para las formaciones a quienes los ciudadanos responsabilizan del bloqueo.
Castigo para la izquierda en su conjunto por escenificar su incapacidad de alcanzar consenso alguno para gobernar, substanciada en una perdida notable para Unidas Podemos y su obsesión por los sillones, y un recorte de tres escaños del PSOE, cuando su expectativa era la de un fuerte incremento derivado del efecto segunda vuelta por el que apostaron.
Ese efecto pudo disparar igualmente al PP al centenar de escaños y así lo esperaban en Génova, pero su exitosa deriva quedó aminorada en las últimas semanas por el empuje de VOX.
La formación que encabeza Abascal supo acaparar el voto de la ira por un escenario político que resultaba irritante. Ningún partido ha pagado tan cara esa irritación como Ciudadanos que el 28 de abril tuvo en su mano la aritmética para un gobierno estable y la despreció en pro de una ambición de superar al PP que le resultó letal.
Toda una generación de líderes es cuestionada por estos resultados. O cambian de actitud y ponen el interés de España por encima del suyo o lo pagarán aún mas caro. Las urnas ya no perdonan
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