OPINIÓN

¿Somos antisemitas?

Manifestantes marchan con una gran bandera palestina durante la manifestación 'Stop Israel' en Malmö, Suecia.
Una manifestación en apoyo de Palestina.
EFE
Manifestantes marchan con una gran bandera palestina durante la manifestación 'Stop Israel' en Malmö, Suecia.

Se dice con toda razón que la democracia es el mejor de los sistemas posibles, pero la gente debería asumir también que es un sistema molesto. Una buena dictadura puede depararte mayor sensación de sosiego si el dictador es afín a tus ideales, sin duda, pero siempre existirá el riesgo de que el tipo, un buen día, decida que ya no eres de los suyos y te pase como a Ábalos (salvando las distancias, claro). Para entender la democracia y catar el malestar asociado a ella, solo tienes que leer la lista de los libros más vendidos o, mejor, los comentarios que la gente deja en las noticias de los periódicos. No se pueden creer. Aunque hay opiniones brillantes y bienintencionadas, destacan las de los obtusos, que son muchos y cobardes y no están ni en un partido ni en el otro, sino en todos a la vez. Aguantarlos, tolerarlos, combatirlos, ignorarlos forma parte de la vida democrática. La democracia permite y fomenta la crispación sin sangre, la crispación como juego incruento, la crispación de los lerdos y de los inteligentes, la crispación como entretenimiento en el que primero nos odiamos y luego nos tomamos un café con leche por un euro en la cafetería del Congreso, como hacen sus señorías todos los martes, miércoles y jueves, o deberían hacer.

Un conocido me contó que una vez vio salir del Congreso a Blas Piñar, el jefe de la ultraderechista Fuerza Nueva —a quien tanto imita con sus discursos Abascal ("sin miedo a nada ni nadie")— del brazo de Juan Mari Bandrés, el histórico líder de Euskadiko Eskerra (partido vasquista hoy integrado en el Partido Socialista de Euskadi). Y no hace tanto se pudo ver en televisión a Pablo Iglesias alternando con Iván Espinosa de los Monteros en un acto institucional, como dos cuñados risueños. Para muchos la imagen fue escandalosa. Habrían preferido que boxearan o que se dispararan, y luego la guerra civil, pero la democracia permite soportar a tu cuñado el rojo o a tu cuñado el facha y reírte con él, aunque encarne al partido más detestable del planeta.

Dijo hace poco Joaquín Reyes, el gran cómico manchego, que en España no se practica la censura. Aunque Reyes es tan genial que es difícil saber cuándo habla en serio y cuándo en broma, creo que esta vez iba en serio, y estoy de acuerdo con él. Sin embargo, sí existen presiones políticas y mediáticas contra determinadas opiniones, y hay etiquetas que buscan la supresión de esas opiniones desde uno u otro ámbito del espectro ideológico. Estas etiquetas reducen el debate a un prejuicio sobre el oponente y lo ridiculizan.

A los malvados y a sus seguidores obtusos les encantan las etiquetas (malvados y obtusos, qué dos etiquetas acabo de poner: ¿seré malvado?, ¿seré obtuso?). Las prefieren al debate. Antisemita es una etiqueta efectiva, por ejemplo. Recibirla supone un insulto mayúsculo. Después de toda la maldad que han padecido los judíos a lo largo del siglo XX, que ha sido mostrada con tanta calidad y fruición en películas y libros memorables -El pianista, Si esto es un hombre, La lista de Schindler-, es paralizante y perturbador que te tilden de antisemita. Remite a lo peor del ser humano. Te están llamando nazi. Genocida.

Y en esto llegó Netanyahu, el primer ministro israelí, y respondió a una espantosa acción terrorista de Hamás con múltiples ataques bélicos que han ocasionado 35.000 muertos en Gaza, 12.000 de ellos niños, y creciendo. Parece que en las universidades norteamericanas los estudiantes se rebelan contra la tibieza o la complicidad de su Gobierno con el comportamiento de Israel. Algunos de esos manifestantes sí dan síntomas de cierta pulsión antisemita que deberían cortar de raíz, toda vez que arremeten contra profesores y alumnos judíos que ni siquiera son ciudadanos de Israel. Pero sospecho que a la mayoría le pasa como a mí y a muchos otros ciudadanos del mundo: no podemos soportar ver cada día en televisión a tantos inocentes masacrados. ¿Cómo esperan que frente a esas imágenes permanezcamos impasibles? No somos antisemitas -¿acaso los árabes no son también semitas?-, somos, si acaso, anti-Netanyahu. Van a tener que inventar una etiqueta más efectiva para frenarnos.

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