Viaje a casa en el Kiev Express: "Muchos jóvenes entienden lo que es el frente cuando ya es tarde"

Imagen del Kiev Express en Varsovia.
Imagen del Kiev Express en Varsovia.
Carlos Pérez Palomino
Imagen del Kiev Express en Varsovia.

El reloj del anden no había dado las 17:49, pero el cielo de Varsovia ya mostraba una noche cerrada. Desde hacía una hora decenas de personas observaban las pantallas informativas de la Estación Este de la capital polaca. Justo en el momento en el que comenzaba a llover, una vieja locomotora soviética azul y amarilla anuncia su llegada. Gregory, de 48 años, sube al primer vagón para buscar la litera en la que pasará la noche. Junto a él, su hijo de 3 años corre para encontrar la cama y poder robar unos segundos de saltos en el fino colchón antes de que su padre le baje con una sonrisa. Su madre observaba la escena desde el quicio de la pequeña puerta mientras apura la despedida. Diez minutos más tarde un beso a través de la ventana cierra la escena. El tren empieza a andar puntual. Quedan 17 horas para llegar a Kiev.

Carlos P. Palomino, periodista de 20minutos, informando desde Kiev.
Carlos P. Palomino, periodista de 20minutos, informando desde Kiev.
CARLOS GÁMEZ

Los cuartos del conocido Kiev Express que une las dos capitales no destacan por su amplitud. Algo que no impide que tres personas adultas puedan convivir en él. Este tren se ha convertido en una de las escasas formas de llegar a Ucrania desde que en febrero de 2022 se cerró el espacio aéreo. En esta ocasión la suerte está de su parte y compartirá cuarto únicamente con un compañero. Una vez acomodado el equipaje se desata las botas militares, se desabrocha la guerrera y deja la riñonera en la mesa, desde la que asomaba un torniquete negro y una navaja. Es el equipaje básico de cualquier militar que va a cruzar la frontera con un país en guerra. Su país. 

Hace ahora dos años que este diseñador de interiores ucraniano cambió el lápiz por las armas. Desde entonces había visto de todo menos a su familia. Esta ha sido la primera reunión familiar. Un mes entero en Polonia, la nueva residencia de su mujer y sus tres hijos desde que huyeron al país vecino como refugiados. Treinta días que sabían a poco para crear un vinculo con su hijo, quien no superaba el año cuando comenzó la invasión rusa.

Gregory mirando su teléfono en un momento del viaje a Kiev.
Gregory mirando su teléfono en un momento del viaje a Kiev.
Carlos Pérez Palomino

Pese a que por ser padre de familia numerosa la ley de reclutamiento no le obligaba a combatir, cuenta orgulloso que ha estado involucrado en la defensa de su país desde el inicio de la guerra. Jersón, Dnipro y Járkov fueron algunos de sus destinos. "Mi vida antes era muy diferente", asegura Gregory, que reconoce que sí que hay algo de lo que hacía en el frente que le recordaba mucho a su antigua profesión. "En la guerra no paras nunca de cavar", explica. Metros y metros de tierra para construir habitaciones subterráneas que no puedan ser vistas por las tropas rusas en las que conviven al menos seis soldados. 

"Tardamos unos seis meses en terminar del todo estas habitaciones. Están a cinco metros de profundidad y en el no viven muchas personas juntas porque si hay un desprendimiento o un ataque morirían demasiados a la vez", dice mientras saca su móvil para enseñar fotos y vídeos. "Las trincheras son un laberinto de muchos cuartos. Que además están infestados de ratones. Por eso es tan importante tener animales con nosotros, sobre todo gatos. Por un lado, porque se los comen. Pero también porque ayudan a levantar el ánimo de los soldados".

Con tres capas de madera y plástico estos lugares se han convertido en el hogar de muchos soldados ucranianos que cumplen este sábado dos años rotando de un lugar a otro del frente. El último destino de Gregory fue la ciudad de Bajmut, en el anexionado oblast de Donetsk, al este del país. Esta pequeña localidad se ha hecho famosa en la guerra por haber resistido el asedio ruso durante casi diez meses. Y una de esas 'líneas zero' (como se conoce al último punto antes de la zona enemiga) era la que él ocupaba. "Mi vida consistía en ir de un punto a otro de Bajmut rotando con compañeros en los puntos de vigilancia. Una y otra vez", dice.

A final de mayo de 2023, las tropas rusas consiguieron embolsar la localidad, y a Gregory los cascotes del impacto de un proyectil contra el edificio en el que estaba le hirieron en la cabeza. Aquel golpe le dejó durante meses convaleciente en un hospital al que hoy se refiere como "casa". "Ahora tengo que ir varias veces al año a que me vean", dice mientras trata de alcanzar la cama más alta de la litera. "Me duele todo, la guerra me ha convertido en mi abuelo", añade mientras se tumba. Para Gregory la gente en Europa y en su propio país no saben lo que es la guerra. "En Kiev no son conscientes de lo duro que es el frente. Muchos jóvenes llegan y se piensan que es un juego. Solo lo entienden cuando ya es tarde porque tienen una bala en la cabeza".

De madrugada las luces de la habitación se encienden bruscamente y un soldado armado con la bandera ucraniana en su hombro le pide el pasaporte y la cartilla militar. Más de dos horas después le devuelve la documentación y el tren sigue su curso. "Welcome to Ukraine", dice satisfecho para si mismo. Quedan varias horas para llegar a Kiev, donde cogerá otro tren hasta el centro de recuperación en el que no sabe cuánto estará esta vez. Su intención sigue siendo participar en la guerra, aunque ya no pueda hacerlo de la misma manera. Gregory se ata las botas militares. Baja del tren. Su familia vuelve a estar a kilómetros de distancia. Su vida continúa.

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