Érase una vez una periodista, una abogada experta en marketing, una logopeda y una economista que curraban abriéndose camino en la vida y que un día se cruzaron con un príncipe de los de verdad. Con la incorporación esta semana de Mary Donaldson a la nómina de royals reinantes tenemos en Europa un cuarteto de reinas que comparten muchas similitudes.

Son de la misma generación -año arriba, año abajo han cumplido los cincuenta-, no nacieron ni fueron educadas para reinar y protagonizaron bodas por amor ajenas, como en el pasado, a los intereses de Estado. Exhiben matrimonios consolidados y descendencia que garantiza la continuidad de la Corona en sus respectivos países.

En el caso de Matilde de Bélgica -nacida dentro del seno de la nobleza de su país, pero sin título nobiliario-, la suya fue una boda bien acogida. Había preocupación por casar al príncipe heredero Felipe, soltero a punto de cumplir los 40. Nunca han protagonizado escándalos ni rumores de crisis en su matrimonio.

Más difícil lo tuvo la argentina Máxima Zorreguieta para convertirse en reina de los Países Bajos. Debió sortear numerosos obstáculos, entre ellos la oposición del Gobierno a que su padre asistiera a la ceremonia de su boda. Con su desbordante simpatía pronto se ganó el cariño de su pueblo y derrocha complicidad con su marido, al que conoció en una Feria de Abril de Sevilla entre flamenco y vinitos.

Entre copas en un pub de Sídney, se conocieron también Federico de Dinamarca y Mary Donaldson, desde esta semana Reyes de Dinamarca. La australiana tuvo que esperar tres largos años hasta que la reina Margarita aceptó la decisión de su hijo y permitió el matrimonio. Ha sabido capear los deslices de su marido y es el miembro más valorado de la Familia Real Danesa. A su boda asistieron el príncipe Felipe y su entonces prometida Letizia Ortiz, que a su vez contraerían matrimonio una semana más tarde.

Letizia como Matilde, Mary y Máxima son hoy un referente de lo que significa ser una reina de nuestro tiempo en una monarquía parlamentaria.