Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Somos un mercado medieval

Un herrero trabaja con afán.
Un herrero trabaja con afán y sin reloj.
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Un herrero trabaja con afán.

Llevo años siguiendo con atención el fenómeno del mercado medieval que se afianza en nuestras ciudades. Es un espectáculo digno de observación atenta. Los artesanos tradicionales, cada vez más arrinconados, conviven con un grupo de jetas mal disfrazados que hacen reventa china o negocio de hostelería medieval con la venta de bocatas o crepes a un precio abusivo. Un usuario de Twitter se quejaba con la amargura que da el hambre de lo exiguo de un bollo preñado adquirido en uno de estos mercados con la siguiente frase: “productos del pasado y precios del futuro”.

Hay siempre alguien detrás de esto. Existen empresas que se dedican a organizar mercados medievales y parece que a nadie le importa, como tampoco le importa a nadie saber que el mismo programa que triunfa en la televisión en España es una copia de otro que se hace en quince países. Nos dan productos genéricos y nos quedamos tan tranquilos. Somos un calco, una plantilla. Nos ponen unas letras gigantes con el nombre de nuestra ciudad y, paradójicamente, nos hacen todavía más genéricos.

El mercado medieval quiere ser una reflexión histórica y semi culta y se convierte en una parodia, en una paletada de mal gusto en la que a nadie le importa nada, no hay un mínimo de rigor histórico, ni falta que hace, y no existe un discurso formativo que pudiera ayudar a educar o ilustrar algo al respetable. El respetable, por cierto, se pasea satisfecho, llena el buche y echa la tarde mirando cómo un herrero disfrazado de mamarracho aporrea un metal con su reloj de pulsera y mirando de reojo al móvil.

El mercado medieval es una buena foto de la sociedad actual: inculta, imprecisa, conformista, superviviente, relativista, tragasables, pagafantas y aburrida.

Ver el mercado medieval de tu ciudad es asumible, pero cuando ves el mismo chiringuito en otra ciudad te das cuenta de que es el mismo negocio que tienen los feriantes y el circo y en el que se varía algo el discurso. No falta el político que en la inauguración apela a la hermandad, a la historia y a la mezcla de culturas y el mestizaje. Si te descuidas, te cuenta que hubo unos templarios que estuvieron por la ciudad en misión diplomática y que pronto se sabrá más sobre la historia.

El mercado medieval es una buena foto de la sociedad actual: inculta, imprecisa, conformista, superviviente, relativista, tragasables, pagafantas y aburrida. Incapaz de diferenciar nada y de encontrar una raíz con la que sujetarse a la tierra. El mercado medieval es divertido cuando se trata de comer y de mirar a un acróbata, pero cuando estalla el conflicto se convierte en un infierno que no hay quien entienda y en el que gana el más listo, el más fuerte o el que ha organizado el cotarro con previsión y con un plan como quien monta un belén viviente. 

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