El llanto inconsolable del pueblo que Putin quiso hacer desaparecer del mapa: "Tuve que desenterrar los cuerpos de mis padres"

Los vecinos de Groza ayudan en el cementerio para poder enterrar a todos los fallecidos en el ataque ruso
Los vecinos de Groza ayudan en el cementerio para poder enterrar a todos los fallecidos en el ataque ruso
Olha Kosova
Los vecinos de Groza ayudan en el cementerio para poder enterrar a todos los fallecidos en el ataque ruso

Grandes manchas carmesí de la sangre feroz en la hierba, restos de torniquetes cortados y guantes médicos, el olor dulzón y nauseabundo de los cuerpos quemados mezclado con etanol... En el parque infantil situado junto a los escombros, que hace dos días era una cafetería del pueblo, hay un monumento improvisado con velas y juguetes infantiles. Cuesta creer que el pequeñísimo centro del pueblo de Groza (en castellano, "tormenta"), en la región de Járkov, en el noreste del país, haya sido escenario de una de las matanzas de civiles más masivas y sangrientas desde el comienzo de la guerra. El 5 de octubre, a las 13.30 horas, un misil ruso se cobró la vida de 52 personas que se habían reunido en el local para asistir al funeral de un vecino fallecido.

Dos grandes coches blancos decorados con letras azules que ya resultan familiares se detienen en la calle de enfrente; la Misión de Observación de los Derechos Humanos de la ONU está investigando la tragedia. 'Danielle Belle', una de las mujeres, cuyo rostro me resulta familiar, extiende con energía su mano y su tarjeta de visita. La memoria me recuerda que esta mujer que se hizo cargo de la misión en Ucrania en agosto es una conocida activista canadiense de derechos humanos que ha pasado más de 20 años de su vida trabajando en zonas de conflicto.

Mira con tristeza los escombros de los muros y el montón de piedras. "Es terrible", se dice Danielle a sí misma y a mí, y luego añade: "La investigación ucraniana dice que fue un Iskander, un misil de precisión. Es poco probable que los que lo lanzaron pudieran fallar. Sabían dónde iba a impactar".

Un poco más lejos, Serhiy, el jefe de la administración militar del distrito, habla con la Policía Local y los familiares de las víctimas. El propio Serhiy vive desde hace muchos años en el pueblo vecino de Shevchenkove. "Estamos intentando organizar el traslado de los cuerpos que ahora se encuentran en Járkov [el centro regional] para su entierro. Algunos familiares simplemente no tienen dinero para ello", explica. "No sé cómo vivirá la gente del pueblo después de lo ocurrido. Puede que incluso algunos se marchen. De los que aún tenían dudas", explica Serhiy.

Un habitante de Groza, en el altar en el que se ha convertido el parque cercano al lugar del ataque ruso
Un habitante de Groza, en el altar en el que se ha convertido el parque cercano al lugar del ataque ruso
Olha Kosova

Tras el jueves sangriento, parecía que el dolor, el miedo y la desconfianza habían llenado el espacio vacío dejado por los muertos. En medio de toda la agitación de las administraciones y las organizaciones internacionales, algunos lugareños observan con cautela, recogiendo poco a poco los pedazos de sus tejados y sus vidas. Con cada nuevo testimonio, surge una imagen del crimen.

El pueblo de Groza es un asentamiento a 40 kilómetros de la línea del frente, cerca de Kupiansk, que los rusos tratan continuamente de reconquistar. La gente no tenía prisa por salir de allí porque en su pueblo nunca hubo bombardeos. El jefe de la administración militar afirma que el número exacto de personas que vivían allí en el momento del ataque era de 344 personas. Estos datos se obtuvieron de la distribución de ayuda humanitaria a la población local.

Pavlo Vasylovych, un residente local de 70 años, explica que hasta la semana pasada pensaba que ya habían sobrevivido a lo peor -la ocupación rusa que duró seis meses y medio. "Cuando empezó la guerra llamaron a mi puerta. Pensé que era uno de los vecinos, pero resultaron ser soldados rusos. Volvieron unos tres veces, registraron la casa y se llevaron el vodka y el resto de bebidas alcohólicas", cuenta Pavlo, que estaba seguro de que todo iría mucho mejor tras la llegada de las tropas ucranianas.

Sin embargo, no todos en el pueblo estaban contentos con la liberación. "Tenemos un vecino que tiene una habitación en su casa y organizaba fiestas cuando venían los Katsaps [diminutivo de los rusos]", comenta Pavlo Vasilovich. Larysa, otra vecina, también afirma que durante la ocupación hubo gente que delató a su hijo, participante en la guerra en el Donbás, antes de la invasión a gran escala, y que llegó a ser golpeado por los rusos en varias ocasiones. "La mayoría de los que lo delataron se han marchado", afirma Larysa. Pero, en una población tan pequeña, aún quedan algunos prorrusos. Sin embargo, a pesar de las sospechas, el SBU no encarcela a la gente por sus opiniones y no tiene pruebas suficientes de "colaboración".

La reunión en el café no se anunció en las redes sociales, pero todo el pueblo y algunos vecinos lo sabían. El misil cayó justo en el momento en que los residentes se reunían para una cena en memoria del soldado caído. Los congregados allí no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir o de escapar. La investigación afirma que el misil era ruso. La frontera está cerca. Cuando sonó la sirena de alerta, las víctimas llevaban dos minutos enterradas bajo los ladrillos del edificio destruido. "Uno de los suyos" avisó a los rusos del lugar y la hora: es la versión principal esgrimida por los lugareños.

Los sepultureros no dan abasto en una población de 350 habitantes de los que han fallecido 52
Los sepultureros no dan abasto en una población de 350 habitantes de los que han fallecido 52
Olha Kosova

"Se los llevó a todos"

El pequeño cementerio situado a la entrada del pueblo esta en pleno movimiento. Ni la lluvia ni el frío de otoño norteño son obstáculos para el equipo y los lugareños, que tienen una difícil tarea: cavar cuarenta tumbas en muy poco tiempo. Una tumba fresca con flores y la bandera de Ucrania destaca entre el "gris oscuro" del paisaje como un gran punto brillante, donde está enterrado Andriy Kozyr.

Se los llevó a todos con él, a toda su familia, dice Olha, de 39 años, mientras se sienta encorvada en un banco frente a su casa, con un pañuelo negro en la cabeza. Lleva varios segundos intentando encender un cigarrillo, pero sus manos, enrojecidas por el frío, se niegan a funcionar bien. Está temblando. Olha lleva dos noches sin dormir y me pregunta qué día es. Tras calmarse un poco, comienza su espeluznante monólogo con una interminable lista de nombres y apellidos de los muertos, y datos aleatorios de sus biografías. Compañeros de clase, amigos... De vez en cuando, su relato se ve interrumpido por la gente que pasa. La saludan desde la distancia. Esto confirma sus palabras de que en este pueblo todo el mundo se conoce.

-Nunca he dicho que fuera mi mejor amiga, porque en cuanto dices eso, te vas acabar peleando con la persona. Soy supersticiosa. Sin embargo, que me perdonen mis otras dos amigas fallecidas, Aliska era como una hermana para mí. Incluso desde Polonia, me llamaba para saber cómo estaba... Era muy amable. No sé cómo seguir adelante sin ella…, rompe a llorar desesperadamente.

La amiga de la que habla Olha, Alina o Aliska [cariñoso], estaba casada con Andrii, tenían dos hijos adultos y vivían en Polonia cuando estalló la guerra a gran escala. Andrii y su hijo Denys no quisieron quedarse y regresaron a Ucrania para alistarse en el ejército ucraniano. En la región de Luhansk, en el este del país, Andriy recibió una herida mortal en el cuello... Su pueblo natal estaba ocupado en aquel momento, por lo que el cuerpo fue enterrado en la región de Dnipro. Su hijo permaneció en el ejército, pero más tarde lo abandonó por motivos de salud. En agosto, se casó con Nina, una chica del pueblo, futura profesora de música de 20 años. Tenían un perro y planeaban comprar una casa.

-Era muy simpática y guapa como un abedul [las chicas guapas en las aldeas se comparan con arboles por su delgadez], dice Olha.

Denys quería enterrar a su padre en su pueblo natal. Según los estándares locales, su familia era rica, así que invitaron a 60 personas al velatorio. La mayoría eran vecinos de la calle Samarska. Ahora casi todas las casas de allí están de luto y en algunas ni siquiera queda nadie para llorar. Olha se "salvó" ese día por la muerte de su hermano, que la obligó a quedarse en casa.

No entendió inmediatamente lo que había pasado, y luego no se atrevió a ir al lugar donde murió su amigo cuando sacaban los cadáveres de toda su familia. Solo llevó flores y velas el día siguiente. Pero en Groza nadie se escapa del dolor.

-Mi vecina murió al lado de mi casa... Ahora me cubro la cabeza con una almohada, no puedo escuchar cómo 'aúllan' sus hermanas.. No están llorando o lamentando. Aúllan, prosigue Olha su relato. La interrumpe de nuevo un joven en bicicleta.

-"Pobre chico. Ha estado dando vueltas por el pueblo. Es pariente de una de las familias de aquí. Tres hijas se quedaron huérfanas. Mataron a sus padres. Pasé la primera noche en su casa porque los abuelos no se encontraban bien. Estaban de luto por sus hijos, no eran capaz de cuidar a sus nietas.

Algunas calles de Groza se han quedado en total silencio tras el bombardeo a su cafetería
Algunas calles de Groza se han quedado en total silencio tras el bombardeo a su cafetería
Olha Kosova

De una casa a otra, las lágrimas no paran.

-Llamé a mis padres, pero no me contestaron. Mi corazón se partió inmediatamente en dos. Vine de un pueblo vecino y enseguida encontré la casa cerrada. Luego me contaron lo que había pasado, dice Viktoria, de 35 años. Su rostro blanco como la pared muestra la huella de lo que ha vivido en las últimas 48 horas. La hermana de su madre, Tonya, está a su lado lamentándose todo el rato. "Ahora la pobre se queda solita en este mundo. No tiene a nadie", llora por el destino de su sobrina.

-Mi hijo cumplió 15 años ese día, se despertó por la mañana y me dijo: 'Papá, he soñado que nadie venía a mi fiesta de cumpleaños'... Fue como un gafe. También tuve un presentimiento raro. Se suponía que nuestros padres iban a venir a la celebración ese día, pero decidieron pasar unos minutos por la comida para honrar a su vecino muerto. Tras la explosión, corrimos hacia allí. Desenterré los cuerpos de mis padres. Estaban tirados entre las piedras. Juntos, como siempre. Al final, nunca llegaron al cumpleaños de su nieto", dice Yurii, secándose las lágrimas. Su hermano añade, mirando al suelo y sin levantar la cabeza: "Todavía tengo sus zapatillas en casa. Las miro y sigo esperando que vuelvan...".

Solo seis personas sobrevivieron al fatídico velatorio. "Un acontecimiento terrible", concluye Olha, mientras da las últimas caladas al quinto cigarrillo que fuma durante la hora que llevamos de conversación.

"Estarán malditos hasta la trigésima 'rodilla' [generación]. Los que dispararon, los que dieron la orden y los que traicionaron... Puede que no sientan pena por la gente, pero sus bisnietos serán los responsables de todo", sacude la cabeza y añade: "¿Cuándo acabará por fin esta guerra y seremos felices? Pensábamos que en septiembre ya ganábamos. Pero nada. En octubre, pensamos: ‘aquí esta la victoria’. Y nada. ¿Noviembre, diciembre, tal vez? No se ve el final de este dolor".

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