Járkov sigue sin bajar la guardia un año después de su liberación: "Las guerras las empiezan los militares y las acaba la gente"

Dos soldados ucranianos cavan una zanja en la región de Járkov
Dos soldados ucranianos cavan una zanja en la región de Járkov
Olha Kosova
Dos soldados ucranianos cavan una zanja en la región de Járkov

-Ha sido un poco decepcionante. No se veía nada. Solo la niebla blanca y gruesa.

-¿A dónde miras? No, de esa forma puedes solo observar el cielo, hija mía. Baja un poco el binocular, y ajusta según tu vista.

Poco a poco empiezan a aparecer los contornos de los árboles y arbustos… A unos kilómetros de nuestro punto de observación, escondido entre las ramas y hojas verdes, se encuentra ya el territorio de la Federación Rusa. Aunque nos refugiamos en la sombra, la guerra en verano tiene sus incomodidades. Las correas del chaleco se clavan en la piel, el casco pesa demasiado y la camiseta se empapa de sudor, por la tensión y el calor asfixiante.

En este escenario, una unidad de infantería es conocida por domesticar un cuervo, a quien han bautizado con el nombre de un dron, Mavic, y por tener entre sus miembros a un artista en ciernes. Ruslan, de 52 años, al que conocen como Pijota, nunca pintó antes de la guerra, pero las horas de tensión y espera en el frente despertaron su vocación. "Tuve una necesidad de desahogo", explica Ruslan, mientras muestra un dibujo hecho con pluma negra sobre su vida en el ejército. Tiene algo de gracioso e irónico. El pintor ya organizó una exposición y ahora sueña con publicar un libro.

Todo este ambiente un poco surrealista y soñador se difumina por el nivel de peligro que corren aquí los militares. El equipo de protección, a pesar de todas las molestias que provoca, está más que justificado en la zona. Las posiciones de la unidad de infantería se encuentran al alcance de un francotirador ruso. Hace 27 días, "el desconocido del otro lado de la frontera" mató a su compañero más joven, que aún no había cumplido los 21.

Una de los dibujos de Ruslan, realizados en el frente de Járkov
Uno de los dibujos de Ruslan, realizados en el frente de Járkov
Olha Kosova

La recuperación de la región de Járkov, en cuya frontera se encuentra esta unidad en el noreste del país, fue la segunda gran victoria del ejército ucraniano. La operación más exitosa desde la Segunda Guerra Mundial que, según expertos militares, debería entrar en los libros de la historia. En vísperas del aniversario de esa victoria, todo indica que recuperar la tierra para los soldados ucranianos no significaba ni parar de luchar ni bajar la guardia.

Mientras caminamos por los laberintos de las trincheras cubiertas por las redes del camuflaje, me comentan que los grupos de inteligencia rusos de vez en cuando penetran en la zona para retar las líneas de defensa. "No paran de intentar meterse aquí", cuenta uno de los soldados, muy afectado por la muerte de su joven compañero. Y se lamenta de que no puedan "contestarles" por estar situados en territorio ruso: "Nos borran uno tras uno de una manera silenciosa", concluye.

En el frente de Kupiansk, esa manera no es tan "silenciosa". Al tratarse de un nudo ferroviario, la ciudad es un enclave que abriría los caminos para las tropas rusas. A mediados de julio, "los invasores" acumularon 100.000 soldados y un gran volumen de armamento. Mientras las Fuerzas de Kiev están reconquistando trozo por trozo la tierra ucraniana en el sur y en el este del país, los avances rusos en la región de Járkov, aunque no significativos, obligaron al Estado Mayor a tomar medidas reforzando esa parte de la línea de colisión. 

Para una de las unidades de la brigada 41, esa dirección se ha convertido en el examen práctico de todo lo que aprendieron en los polígonos de los países de la OTAN y en la propia Ucrania. Es una de las brigadas "recién creadas" para la contraofensiva ucraniana lanzada este verano. Retirándose el sudor, y con pocas ganas de hablar, apuntan que la espada es el mejor amigo en el ajuste de las posiciones nuevas. Al llegar a la zona, trabajaron sin parar para cavar las trincheras de una gran profundidad, para poderse proteger de los bombardeos.

El comandante de la unidad, Tsap, es un novato en la guerra, igual que una gran parte de sus soldados. Antes de la invasión rusa era conductor de camión, con el que recorría muchos países europeos. Esa experiencia le ayudó a entender por lo que se está luchando: un país próspero y europeo. Le da miedo la responsabilidad asumida, pero asegura que sus compañeros lo entienden y le ayudan.

"Las guerras empiezan con los militares profesionales, pero les toca acabarlas a la gente común", termina la conversación Tsap, seguro de que su unidad será la que ponga punto final a la guerra para que a las futuras generaciones no les toque luchar.

La victoria conseguida en las batallas sangrientas el 11 de septiembre del año pasado tampoco se ha convertido en un "felices para siempre" para la población civil. Los intentos de los locales de sanar y recuperar su vida tras los duros meses de ocupación se rompen bajo el fuego de los misiles rusos. La cantidad de edificios destruidos, víctimas mortales y heridos está aumentando, como comparten las pequeñas notas de prensa que ofrecen las agencias de noticias locales.

Imagen del bosque de Izium, donde existen fosas comunes entre los árboles
Imagen del bosque de Izium, donde existen fosas comunes entre los árboles
Olha Kosova

En Izium, otra ciudad tristemente conocida, el bosque ofrece un precioso juego entre la luz y la sombra. Entre las filas de los árboles se abren camino los últimos rayos de sol del día. El calor ya no es tan asfixiante, pero a uno le falla la respiración con la vista de este paisaje. Entre los troncos se esconden las cruces y los hoyos. La cinta blanca indica que este no es un bosque cualquiera. Marca la existencia de una fosa común, en la que han encontrado el descanso eterno muchos habitantes de la región durante la ocupación.

Miedo y apatía. Es lo que sentían los residentes de Járkov durante la ocupación rusa, según el psicólogo Maksym, que cree que la población ha desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo. La vida y la muerte dependen de los invasores. Al mismo tiempo, crece la desconfianza. "A cualquier pregunta, los paseantes por la calle contestan ‘no lo se’", comenta, mientras camina por la oscuridad de los pasillos bombardeados donde antes se encontraba el departamento local de la Policía. 

Aquí, hace un año pasó unos días torturado por los rusos. Le daban poca comida, le pegaron y le metieron en la cárcel por una supuesta colaboración con los servicios de inteligencia ucraniana. Pero escapó de la muerte. Después de la liberación de la región, sintió la necesidad de volver a este sitio para encontrar la cámara de tortura a donde le llevaron con los ojos tapados.

Al salir del edificio, uno ve las ruinas que se extiende por toda la ciudad, por las que pasea la gente local en un intento de llevar una vida normal y curar sus traumas, esperando que las tragedias hayan quedado ya en el pasado.

Mientras tanto, en Kupiansk, la gente recoge sus cosas para abandonar sus casas por segunda vez durante la guerra. Durante su marcha, les acompañan los misiles rusos. Ya han sido evacuadas casi 1.500 personas. Quizás les toque volver pronto. Pero aquí la guerra sigue y no hay ninguna certeza.

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