Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Llevar el móvil como una tostada y otros asuntos

Una niña instruida en los secretos de la comunicación telefónica.
Una niña instruida en los secretos de la comunicación telefónica.
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Una niña instruida en los secretos de la comunicación telefónica.

Entre las tareas educativas de los padres contemporáneos debería incluirse la de enseñar a sus hijos a hablar por teléfono con la abuela. No sé si se habrán fijado, pero a las generaciones nuevas les cuesta entender el significado más básico de la palabra teléfono. Es normal, ellos ven desde muy pequeños una pantalla negra uniforme y no entienden que ese aparato tiene un altavoz que se coloca cerca de la oreja y un micrófono que no debe andar lejos de la boca.

Resulta muy útil enseñarles un teléfono rojo de plástico de los años ochenta, cuando todo esto era campo, para que entiendan mejor el milagro de la comunicación. Una vez que han entendido la función y la ubicación del micrófono y el amplificador, es preciso darles un pequeño empujón como hacen las aves con sus crías en el nido cuando quieren que aprendan a volar, para que el pequeño le cuente algo a la abuela y consiga tener unos segundos de atención para ella.

Entre las tareas educativas de los padres contemporáneos debería incluirse la de enseñar a sus hijos a hablar por teléfono con la abuela.

Parece evidente, pero ya no lo es. A veces, veo a adultos perder la paciencia con estas cosas, pero lo cierto es que no han pensado en explicar algo tan sencillo. Hay muchos adolescentes que usan el teléfono mil horas al día, pero no se les ocurre llamar a nadie ni por asomo y si los llamas es muy complicado que te cojan. Si, después de intentarlo muchas veces, consigues que descuelguen, la conversación puede ser una auténtica aventura. Un estudio de la UOC explicó hace un tiempo que el ochenta y uno por ciento de los jóvenes sienten ansiedad antes de coger el teléfono y que recibir una llamada lo consideran una intromisión grave en su intimidad.

Cada vez más gente camina por la calle hablando por el móvil como si fuera a comerse el primer bocado de una tostada que no acaban de morder. La conversación se resiente porque el emisor cometostada recibe tarde y mal el mensaje de un interlocutor que debe rozar la desesperación, ya que sus frases y preguntas rebotan en un vacío extraño y obtienen una respuesta retardada y vaga.

Como todo, la tecnología necesita educación. No podemos exigir a un niño de cinco años, que sólo ha usado el móvil de su madre para ver Peppa Pig en los restaurantes, que mantenga una conversación íntima con la abuela. Es trabajo de sus padres. Le está pasando a mucha gente y no es una buena noticia. El pronóstico es malo. Corremos el peligro de estar cada vez más solos e incomunicados en los tiempos de la hiperconexión.

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