Lo que se entiende mal sobre la vida alienígena

  • A pesar de lo que se dice, estadísticamente no es tan probable que exista vida en otros lugares del universo.
  • Algunos físicos y biólogos defienden que probablemente estemos solos.
Ilustración de un posible planeta habitado por una civilización tecnológica.
Ilustración de un posible planeta habitado por una civilización tecnológica.
NASA/Jay Freidlander
Ilustración de un posible planeta habitado por una civilización tecnológica.

Con la NASA metiendo la cuchara en el envenenado puchero de los ovnis, personajes declarando ante el Congreso de EE UU sobre restos biológicos no humanos en chatarra extraterrestre, y otros mostrando en México muñecos más propios de aquel Art Attack de Jordi Cruz, no cabe duda de que corren buenos tiempos para los aficionados al mundo alien; lo cual no está mal, siempre que comprendamos que, en realidad, aún no hay nada de nada.

Pero dentro de toda esta ficción, que todavía lo es hasta que no se demuestre lo contrario, hay algo que no deberíamos olvidar. Y es la posibilidad de que, en realidad, no haya nadie más, y que toda esta búsqueda sea en vano.

¿Cómo es esto posible? Estadísticamente, se dice, con miles de millones de planetas en el universo, es imposible que no exista una multitud de mundos habitados por civilizaciones tan avanzadas o más que la nuestra.

Pero, si algo conocemos estadísticamente, es la capacidad del ser humano para manipular las palabras a su antojo, incluida la palabra “estadísticamente”. Porque, cuando se dice que estadísticamente es imposible que estemos solos, ¿cuál es la estadística en la que se basan quienes lo afirman?

La paradoja de Fermi y la ecuación de Drake

Dos orígenes de esto podríamos encontrarlos en la paradoja de Fermi, el físico que se preguntaba dónde estaban todos esos alienígenas, y en la ecuación de Drake. El radioastrónomo Frank Drake, fundador de la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (lo que hoy se conoce como SETI, en inglés), creó una fórmula matemática que supuestamente estimaba el número de civilizaciones en nuestra galaxia. Pero naturalmente Drake no pretendía otra cosa que un experimento mental, un ejercicio de especulación que estimulara el pensamiento científico. Drake nunca quiso que su ecuación se interpretara como si fuese la ley de Newton, como a veces ocurre.

La ecuación de Drake, y las frecuentes afirmaciones de que no podemos estar solos en el universo, se basan en algo llamado principio de mediocridad: dado que la Tierra no tiene por qué ser un lugar especial, si hay vida aquí, debería haberla en otros planetas similares. Pero este razonamiento que promueve la idea del universo lleno de vida se ha topado con serias objeciones.

En los años 70 y 80 surgieron las críticas a la idea de un universo rebosante de vida, una presunción sin prueba científica

Han sido físicos y matemáticos como Drake o Carl Sagan quienes han popularizado esta idea, bien aceptada porque, en el fondo, nos gusta: las fantasías sobre alienígenas se remontan al menos hasta el siglo II con Luciano de Samosata. Pero ya en los años 70 y 80 surgieron las críticas hacia algo que no dejaba de ser tragarse una presunción sin ninguna evidencia científica. En 1975 el astrofísico Michael Hart escribía en un estudio: “Observamos que no hay seres inteligentes del espacio exterior presentes ahora en la Tierra. Se sugiere que este hecho se explica mejor por la hipótesis de que no hay otras civilizaciones avanzadas en nuestra galaxia”. En 1980 el también físico Frank Tipler concluía en otro estudio: “Los seres extraterrestres inteligentes no existen”.

Hart y Tipler han sido dos entre muchos otros científicos que han defendido la hipótesis de la Tierra especial o rara; según la cual, y contrariamente a lo que proponían Drake o Sagan, es erróneo aplicar a nuestro planeta el principio de mediocridad, porque la Tierra en realidad es un lugar muy poco habitual en el universo. Esta visión ha quedado cada vez más reforzada por los hallazgos científicos: entre más de 4.000 sistemas planetarios descubiertos, ninguno se parece al nuestro; entre más de 5.000 exoplanetas confirmados, ninguno es como la Tierra; entre miles de estrellas rastreadas en busca de alguna señal óptica o de radio de posible origen tecnológico, no se ha encontrado nada. Aún peor, ni siquiera los modelos teóricos apoyan la posibilidad de que los planetas habitables sean tan abundantes en el universo.

La vida, un fenómeno improbable

Pero a los físicos discrepantes con una hipótesis sin prueba alguna vinieron a sumarse otros científicos: los biólogos. La ecuación de Drake incluía términos relativos al número de planetas habitables en los que surge la vida, y a la posibilidad de que esa vida evolucione hacia una especie tecnológica como nosotros. Pero Drake se quitó de encima de un plumazo estas dos variables asumiendo que la vida, incluyendo la vida inteligente, surgía en el 100% de los planetas habitables, como si fuese algo inevitable. Drake era físico, no biólogo.

A lo que los biólogos respondieron: no tan deprisa. En 1970 el bioquímico Jacques Monod, ganador del Nobel por haber sentado las bases del funcionamiento de los genes, fue quizá uno de los primeros en plantear que la vida en la Tierra fue el resultado de una combinación de fenómenos tan altamente improbables que es posible que solo haya ocurrido una única vez en toda la historia del universo, y que jamás vuelva a ocurrir.

La hipótesis de Monod tiene al menos una prueba: aquí, en nuestra misma Tierra. Este planeta rebosa tanto de vida que ni siquiera falta en los volcanes, en lo más alto de la atmósfera o lo más profundo de los océanos. La Tierra es un planeta extremadamente propicio para la vida. Pero siendo así, ¿por qué en 4.500 millones de años solo ha surgido una única vez? Sabemos con certeza que toda la vida terrestre que hemos conocido procede de un antepasado común.

Nuestra presencia aquí ha sido algo muy improbable, que algún experto ha comparado a ganar la lotería cósmica varias veces seguidas

Incluso aunque el enfoque de Monod resulte demasiado radical para otros biólogos, que juzgan la aparición de la vida básica como algo menos improbable, muchos de ellos sí se apuntan a la idea de que, en cambio, la evolución de una especie inteligente y tecnológica como nosotros es otro cantar muy diferente. En los años 70 el biólogo evolutivo Stephen Jay Gould sugirió que, si se rebobinara la película de la evolución y se volviera a reproducir, jamás surgiría de nuevo algo como el ser humano. La idea de Gould ha sido muy discutida, pero el avance del conocimiento de la historia de la vida en la Tierra sí permite concluir que nuestra presencia hoy aquí ha sido algo muy improbable, que algún experto ha comparado a ganar la lotería cósmica varias veces seguidas.

Y por si todo esto fuera poco, hay que añadir algo más: el timing. De los 13.700 millones de años desde que existe el universo, de los 4.500 millones de años desde que existe la Tierra, los humanos llevamos aquí solo unos 300.000. Pero si contamos únicamente el tiempo en el que hemos tenido tecnología para mirar hacia el universo, lo dejamos en poco más de un siglo. Incluso si existieran esos otros casos extremadamente raros de aparición de vida inteligente en otros planetas, ¿qué posibilidades hay de que coincidamos en el tiempo? Algún estudio lo ha calculado, llegando a la conclusión de que la probabilidad es enormemente escasa, casi cero.

En resumen, y aunque lo único cierto al cien por cien es que aún no sabemos si existe vida en otros lugares del universo, no, estadísticamente no debe aceptarse que tiene que ser así. No existe ninguna estadística en la que basar esta afirmación, pero sí son estadísticos los modelos bayesianos que han llegado precisamente a la conclusión contraria. Y entre los científicos, como mínimo puede decirse que las opiniones están divididas. No es tan difícil imaginar, ni en absoluto contraviene ninguna evidencia científica, que tal vez en realidad estemos solos en el universo.

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