Relojes y 'smartwatches' pueden ser una fuente de infecciones hospitalarias

  • El riesgo microbiológico acecha sobre todo en aquello que se toca con frecuencia y no se limpia.
  • Los relojes y 'smartwatches' pueden transmitir infecciones, sobre todo a pacientes vulnerables.
Una operación quirúrgica.
Una operación quirúrgica.
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Una operación quirúrgica.

Cuando entramos en unos baños públicos, a menudo lo hacemos como Ripley al acceder a los conductos de ventilación de la Nostromo, como esperando que un alien se nos lance al cuello en cualquier momento. Es natural que la presencia de restos de fluidos corporales de desconocidos nos provoque asco. Pero si se trata de riesgos a la salud, el peligro está en lo que no se ve: la contaminación microbiológica. Y no, no son los baños.

Ni siquiera una pandemia como la sufrida parece haber bastado para que la población tome conciencia del riesgo invisible del mundo de microbios que nos rodea. Intoxicaciones por alimentos mal conservados (y no, el olor no basta para saber si están en mal estado). Una persona pierde la vista de un ojo por no cambiar el líquido de las lentillas durante tiempo indefinido. Infecciones graves contraídas por creer que el agua del mar es buena para las heridas. Contacto poco higiénico con los animales de compañía. Recientemente una dependienta de una cadena de tiendas de ropa aconsejaba lavar las prendas compradas antes de usarlas, y muchos usuarios se sorprendían.

Una mesa de trabajo contiene 400 veces más bacterias que el asiento de un inodoro, y un móvil 10 veces más

Y sí, mucha aprensión con los baños públicos. Pero los estudios han mostrado que los lugares realmente sucios, en sentido de riesgo biológico, son las superficies que tocamos y que no se limpian como se debería. Los datos publicados: una mesa de trabajo contiene 400 veces más bacterias que el asiento de un inodoro, y un móvil 10 veces más. Casi una de cada cinco tazas de la cocina de una oficina contiene materia fecal (se supone que transferida por el contacto de la mano, aunque nunca se sabe). El lugar más contaminado de un avión no es el baño, sino la bandeja del respaldo del asiento. Y en el aeropuerto, lo más sucio es el botón de las fuentes de agua. En un hogar medio, el asiento del retrete ocupa solo el undécimo lugar en el ránking de los más contaminados, por debajo de otros como el soporte del cepillo de dientes, el fregadero, el pomo de la puerta del baño o los utensilios de las mascotas. Y cómo no, entre lo más sucio figuran los teclados de los cajeros automáticos.

Por suerte, y sin que nos demos cuenta, nuestro sistema inmune está en todo momento trabajando a todo gas, neutralizando amenazas que de otro modo podrían matarnos. Pero las personas con enfermedades graves o crónicas, inmunodeprimidas o de edad avanzada sufren un mayor riesgo. Recordemos que, antes de los antirretrovirales, las personas con sida morían de infecciones, y es difícil imaginar la angustia e impotencia que debían de sentir al ver cómo los microorganismos iban colonizando su cuerpo sin poder rechazarlos.

Y aún hay una amenaza creciente que nos afecta a todos: las bacterias resistentes a antibióticos. Se da la circunstancia de que estas infecciones acechan sobre todo en los hospitales. Para muchas personas puede parecer paradójico que un hospital, el lugar donde la gente acude a curarse, sea también el lugar donde la gente puede agarrar una enfermedad que no llevaba cuando entró: una infección, posiblemente grave, e incluso resistente a la mayoría de los antibióticos conocidos.

Pero no hay ninguna paradoja. Si las bacterias acechan allí donde hay mucho contacto humano, los hospitales son comparables a cualquier otro lugar de elevado tránsito. Y dado que los hospitales están llenos de personas más susceptibles a estas infecciones, a diferencia de un aeropuerto o un centro comercial, no tiene nada de raro que las infecciones hospitalarias resistentes estén a la orden del día.

Relojes y 'smartwatches'

Por supuesto, se supone que los hospitales están sometidos a una limpieza escrupulosa. Pero los microbios siempre encuentran lugares para esconderse. Sobre todo en aquellos que inadvertidamente escapan a la limpieza. Un ejemplo: los relojes de pulsera de los profesionales sanitarios.

De nada serviría que un cirujano se lavara escrupulosamente las manos y los brazos si después se colocara su reloj de pulsera. Afortunadamente, es de esperar que esto no ocurra. Pero un estudio en Reino Unido encontró estafilococos —bacterias que incluyen cepas resistentes— en las muñecas del 25% de los trabajadores sanitarios que llevaban reloj, y con mayor frecuencia en las manos cuando se manipulaba el reloj. En aquel país hace tiempo que se implantó una política de “nada por debajo del codo”: las batas son de manga corta y no se permite llevar relojes, pulseras u otros objetos por debajo del codo. Tradicionalmente las enfermeras británicas han llevado relojes prendidos al pecho por razones higiénicas.

El 95% de las correas de 'smartwatch' analizadas en un estudio contenían bacterias potencialmente peligrosas

Pero ahora hay una nueva amenaza: los smartwatches, a los que tantos se han aficionado y que para muchos se han convertido en algo tan imprescindible como el propio móvil. Ahora, un nuevo estudio ha encontrado que las correas de goma o plástico, que suelen llevar estos relojes, son un riesgo biológico, ya que las bacterias tienden a adherirse más a su superficie porosa que a las correas metálicas. Los autores del estudio, de la Universidad Atlántica de Florida, encontraron que el 95% de las correas de smartwatch analizadas contenían bacterias potencialmente peligrosas, como estafilococos, enterobacterias o Pseudomonas.

Los investigadores comprobaron que la manera de neutralizar esta contaminación es utilizar productos higienizantes como los empleados en los hospitales, o simplemente etanol (alcohol) al 70%. Los autores no solo recomiendan que se apliquen estos procedimientos a los smartwatches, sino que también se haga lo mismo con los móviles y auriculares. Quizá gestos tan sencillos como estos puedan ayudar a controlar el creciente problema de las infecciones hospitalarias multirresistentes, una de las mayores lacras que amenazan la salud en este siglo.    

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