Helena Resano Periodista
OPINIÓN

Maratón de desgracias

Un hombre camina por las ruinas de la localidad de Moulay Brahim, al sur de Marrakech.
Un hombre camina por las ruinas de la localidad de Moulay Brahim, al sur de Marrakech.
EFE / EPA / MOHAMED MESSARA
Un hombre camina por las ruinas de la localidad de Moulay Brahim, al sur de Marrakech.

A menudo siento que se nos agotan los adjetivos para intentar explicar lo que pasa en una catástrofe. Que por muchas imágenes que enseñemos cada vez que ocurre un desastre, la audiencia se sorprende durante los primeros 5 segundos y luego pasa a una fase de anestesia. Más aún cuando la frecuencia de cosas extraordinarias es tan seguida como la que estamos viviendo últimamente. La semana pasada hablábamos de una situación "inasumible e histórica" en Grecia con la tormenta Daniel y ahora estamos centrados en Marruecos, pero ¿hasta cuándo?

De la atención que le prestemos dependerá la ayuda y la rapidez con la que llegue. Es cierto que ellos mismos se han puesto sus propias trabas, se han puesto sus propias zancadillas rechazando ayuda de muchos países y aceptando exclusivamente la de cuatro. Cuando, visto lo visto, está claro que cuantas más manos acudan a desescombrar esa zona mejor, más vidas se salvarán y más fácil será hacer llegar agua y comida.

Hay aldeas a las que todavía no ha llegado nadie. Nadie. Es decir, que no se sabe si allí han muerto todos, si hay alguien vivo, en qué condiciones o qué necesitan. Se cree que son unas 17 aldeas, con cientos de vecinos, a las que, ahora mismo, solo se podría llegar en helicóptero, pero Marruecos no tiene ni suficientes aparatos ni ha aceptado que lleguen los de otros países que se los han ofrecido.

Los porqués de su negativa tienen mil derivadas políticas, estratégicas y diplomáticas, pero en estas circunstancias todo eso suena a superfluo cuando lo que es urgente, imperiosamente urgente, es salvar vidas.

Pero volviendo a lo de antes. Durante esta semana seguiremos hablando de Marruecos. Tendremos todavía allí desplazados a equipos de enviados especiales. Hablaremos de rescatistas, de algún que otro milagro de alguien que ha sobrevivido horas y días bajo los escombros, pero ¿después? ¿Quién se acordará de la gente del interior de Marruecos, de esos campesinos que ya malvivían antes del terremoto y que ahora no tienen nada? El mismo lunes veíamos imágenes de la plaza central de Marrakech recobrando poco a poco su vida, la de los turistas paseándose por algunos de los puestos, la del caos de una ciudad que intentaba a la desesperada recuperar un turismo que la sostiene económicamente. Si allí ya han decidido que "se puede pasar página", ¿qué haremos aquí?

Seguramente hablar de cualquier otra emergencia, que la habrá, a la que dedicaremos muchos minutos de información, páginas de periódicos. Como es el caso en las últimas horas de las inundaciones en Libia, que dejan ya más de 10.000 desaparecidos y más de 5.000 muertos. Tras ello, seguiremos consumiendo tragedias, sin parar, como si nuestra conciencia, nuestro cuerpo, nuestra alma, estuviera entrenándose para una maratón de desgracias.

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