Borja Terán Periodista
OPINIÓN

María Jiménez, su última gran interpretación

María Jiménez
María Jiménez
D.R.
María Jiménez

"Pero nada decía la prensa de hoy de esta sucia pasión. De este lunes marrón. Del obsceno sabor a cubata de ron de tu piel. Del olor a colonia barata del amanecer. Hoy amor, como siempre. El diario no hablaba de ti". María Jiménez siempre ha sonado a empoderamiento. Se arrancara por coplas o por una versión canalla de Joaquín Sabina. Con un pavo real en la cabeza.  Con su vida descrita a viva voz.

Hablaba como bailaba. Taconeando fuerte a golpe del arte que pelea por su libertad. Pero una libertad cosida por las cicatrices del sufrimiento. Y, claro, su ímpetu también olía a tristeza. Aunque no dejaba de sonreír fuerte, tal vez incluso como modo de resiliencia. 

Sin miedo a desahogarse, sin pavor al arrebato, sin pudor con las liturgias de la hipérbole escénica y estética, convirtió canciones en himnos. También en su propia despedida, donde el funeral se ha convertido en la celebración que ella imaginó. 

Con la gente, a la vista de cómplices y cotillas. La cola desplegada del pavo real asomando sobre el féretro y sobre la emoción de Triana. María discrepaba de la discreción. Lo suyo era compartir. Su voz, su cuerpo, su alegría, hasta su hastío. Y así se ha ido, compartiendo su viaje  en un coche tirado por la energía de los caballos y las palmas por bulerías. Como si fuera un último videoclip, como si fuera su última interpretación. Con toda la liturgia puesta encima, de nuevo, María Jiménez no ha esperado a los demás: se ha empoderado a sí misma.

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