La cantante más exitosa de todos los tiempos, la reina del pop sin heredera clara a la vista, llega hoy a la edad de referencia de la jubilación… aunque esa palabra no entre en sus planes más inmediatos. A los 65, Madonna Louise Veronica Ciccone tiene en efecto motivos para la celebración. De hecho, así ha llamado a su última gira, que le traerá en noviembre de nuevo a España: el tour de la celebración. 

Hoy soplará las velas tras recomponerse de un ingreso hospitalario que hizo temer por su vida y lo hace solo unos días después de un aniversario marcado en letras de oro en el mundo del pop: las cuatro décadas de su álbum debut, un disco de puro hedonismo, que lleva su nombre y está dedicado a las pistas de baile que se recorría en ese peligroso pero a la vez libre Nueva York de los 80 desde el que se catapultó al resto del mundo.

Pero ¿cuál es el siguiente paso para alguien que ya los ha dado todos? Una persona que ha bailado ante cruces en llamas, que ha reivindicado su sexualidad en letras explícitas y libros donde compartía sus fantasías, que se ha revolcado vestida de novia, que ha aparecido con ropa de camuflaje en un vídeo donde las bombas desmembraban a los asistentes a un desfile… ¿qué puede hacer ahora para captar la atención del respetable? La artista lo tiene claro: continuar. Porque no hay nada más revolucionario que ver a una mujer de 65 proseguir con su carrera en sus términos y con sus condiciones.

Así lo manifestó ella misma en un aplaudido discurso cuando le concedieron el premio a la mujer del año que le otorgó Billboard en 2016. Un reconocimiento con el que podrían haberle agasajado cualquier año, al menos, desde 1982. Fue una noche en la que una deslenguada Madonna dejó en casa el humor mordaz y las confesiones picaronas para mostrarse totalmente desnuda: "Gracias por reconocer mi habilidad para seguir mi carrera frente a la descarada misoginia, sexismo, acoso constante y abuso implacable", dijo, para concluir más adelante que lo más revolucionario que había hecho era "continuar".

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En el tiempo que ha pasado desde que pronunció esas palabras, la ambición rubia, la reina de la reinvención, ha hecho honor a estos principios. Aunque haya tenido sus tropiezos: alguno tan literal como la caída que sufrió actuando en los BRIT y otros metafóricos, como su errática presentación en el festival de Eurovision de 2019. Ha espaciado sus lanzamientos discográficos, con los que intenta reverdecer laureles pasados y atraer sin éxito a nuevo público, y con los que ha polarizado a sus seguidores y reducido su impacto, también porque las radios han dejado de pincharlos. En el siglo XXI es más fácil escuchar por las ondas La isla bonita o Like a prayer que uno de sus nuevos temas, aunque los grabe con Maluma.

Pero, por otro lado, ha tratado de adaptarse al mundo de las redes con resultados dispares: sus vídeos en Instagram y Tiktok ya no escandalizan, pero sí han hecho que se siga hablando de ella. Con una estética feísta, a veces deformada por los filtros que proporcionan las nuevas tecnologías y retorciendo éxitos pasados con la ayuda de artistas emergentes y underground, la artista de las mil caras ha conseguido de nuevo provocar, aunque la mayoría de las veces haya sido rechazo.

Controladora y perfeccionista, resulta difícil pensar que la estajanovista del pop, totalmente consciente de que su imagen es toda una marca, no haya lanzado todos estos mensajes a propósito, como una nueva declaración de principios. Tras más de 40 años sentada en el cetro de la música, Madonna se revuelve ante un mundo que se rinde ante la enésima gira de unos octogenarios Rolling Stones, pero reclama que una mujer a sus 60 se encierre en casa porque su imagen ya no casa con la de la estrella que se ponía un icónico sujetador cónico para fingir un orgasmo en una cama en medio de uno de sus shows.

Precisamente vuelve este año a la carretera en una nueva gira que, por vez primera, no viene apoyada de un nuevo cedé, sino que repasará sus grandes éxitos… y tiene unos cuantos, tras catorce álbumes con los que ha llegado a vender más de 300 millones de copias. Un tour en el que su principal competidora es ella misma. El listón que se ha puesto es demasiado alto, porque sus directos han sido la referencia para todo el resto de artistas que han venido detrás. Entre las miles de críticas que ha recibido desde su desembarco en 1982, también están las acusaciones de hacer playback en sus conciertos… una técnica a la que ha acudido en contadas ocasiones y siempre justificada en la dificultad de cantar y bailar a la vez. Hasta en esto ha sido una precursora, ya que la mayoría de nuevos artistas no tienen reparo en presentarse ante su público con bases y coros pregrabados... y nadie les tose. Ya antes ha estado ella para abrir camino.

Madonna inventó el actual estándar de concierto pop: teatrales, con coreografías imposibles, cambios continuos de vestuario, proyecciones audiovisuales… Un legado digno de estudio y que la propia artista reivindica frente a los conciertos de rock de sus compañeros varones, a los que la crítica no se atreve a afear que lleven cincuenta años manteniendo el mismo patrón en sus directos.

En una de sus últimas publicaciones en redes, apareció bailando una de sus primeras canciones, Lucky star, y se felicitaba de poder mover su cuerpo después de su reveses médicos y admitía sentirse "la estrella más afortunada del mundo". Una estrella que ha luchado por el feminismo, por el colectivo LGTBI, contra el sida que se llevó a algunos de sus amigos en los 80 y los 90, contra la política de Trump… y que hoy es abanderada de una nueva causa de la que de nuevo, y a su pesar, es pionera: el edadismo.

En el mismo discurso de la gala de los Billboard, cerca de los 60, lo dijo claro: "Sobre todo no envejezcas, porque es pecado. Serás criticada y vilipendiada". Como no es ajena a estar en el centro del debate y a la descalificación, Madonna sigue a los 65 desafiando al pensamiento único, a las convenciones y a lo políticamente correcto. Enarbolando de nuevo la bandera en su (pen)última reinvención: la de una mujer vulnerable que tiene derecho a seguir bailando, vistiéndose como le dé la gana, a salir con quien quiera y, como acostumbra, a provocar lo que sea. Excepto indiferencia. En definitiva, a ser una Lucky star, independientemente de los años que muestre su DNI.