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Melisa Tuya Redactora jefe de '20minutos'
OPINIÓN

El reto de viajar teniendo discapacidad

Vacaciones en la playa.
Vacaciones en la playa.
Melisa Tuya
Vacaciones en la playa.

Viajar enriquece en muchos sentidos. Te enseña, te despeja y resetea. Conocer otros entornos y culturas es un disfrute y también alimento. Viajar, no obstante, supone con demasiada frecuencia un reto, incluso un imposible, para demasiadas personas con discapacidad y para sus familias. No es solo ya que haya destinos y actividades inalcanzables, por sus costes y exigencias, es que incluso en aquellos viajes que deberían ser factibles, falta información y adaptaciones. Falta voluntad y toca arriesgarse a vivir una mala experiencia o quedarse en casa, sin más. 

Mi hijo mayor tiene autismo y discapacidad intelectual. Hace un puñado de años, antes de esa pandemia que ya apenas recordamos, acudí a una presentación de una importante empresa que quería publicitar sus cruceros familiares. Contaban maravillas del servicio de guardería, de todo el entretenimiento en forma de películas y juegos que tenían disponibles para los niños y para que sus padres pudieran dedicarse al disfrute adulto. No pude evitar levantar la mano y preguntar si podrían asumir el cuidado de un niño como el mío, que requiere supervisión constante, una persona permanentemente atenta para que se integrase con el resto de niños y no se fugase o tuviese un accidente. Por supuesto que no. Demasiada responsabilidad, demasiada inversión. Los barcos contaban con todas las rampas  y ascensores necesarios, también con camarotes adaptados. Por supuesto, la ley les obliga. Pero ni se habían parado a pensar en la accesibilidad cognitiva.  

Pasa en hoteles, en aviones, en parques temáticos, en excursiones organizadas y actividades variopintas. Ningún ámbito turístico se libra.  

Si pese a la mucha normativa existente respecto a la accesibilidad física aún es frecuente encontrar problemas en forma de edificios mal adaptados, rampas y giros imposibles o cuartos de baños para personas con discapacidad convertidos en almacenes, por ejemplo, que se piense en pictogramas, personal preparado y ratios adaptadas para clientes como mi hijo en hoteles, actividades de ocio, aeropuertos o restaurantes es poco menos que milagroso y de aplaudir cuando sucede.

Cuando preguntas a un operador si hay mucho tiempo de espera en las excursiones o si es posible que te aseguren un lugar tranquilo para comer en el bufet del hotel o una habitación en la que, si tu hijo despierta chillando, no moleste al resto de turistas, normalmente recibes la callada por respuesta seguida de mucha amabilidad pero poca información: "Yo creo que sí", "déjame que te lo pregunte", "nunca ha habido ningún problema".

Conozco a demasiadas familias que ya no van de vacaciones o limitan mucho sus escapadas por miedo a lo que puedan encontrarse, a no encajar en el destino planificado. Necesitamos más y mejor información por parte de todo el sector turístico a la hora de planificar nuestros viajes, un sector que tiene que asumir su responsabilidad social en este terreno y que la discapacidad es muy diversa, por lo que sus requerimientos van mucho más allá de atenerse a la normativa imperante.

También tenemos mucho que trabajar desde dentro de las familias en las que hay discapacidad. Superar miedos, atreverse, huir de la sobreprotección, idear estrategias como anticipar lo que se va a hacer, buscar las horas y días y lugares más adecuados, pedir ayuda, organizar lo mejor posible el viaje y asumir que no siempre todo saldrá como deseamos. Merece la pena. No queremos quedarnos en casa. Pero no podemos cambiar el mundo solos.  

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