Helena Resano Periodista
OPINIÓN

La siesta

Dos personas descansan a la sombra en el paseo de la playa de La Concha de San Sebastián.
Dos personas descansan a la sombra en el paseo de la playa de La Concha de San Sebastián.
Javier Etxezarreta / EFE
Dos personas descansan a la sombra en el paseo de la playa de La Concha de San Sebastián.

No sé ustedes, pero aquí, servidora, empieza a tener las baterías en nivel rojo. El nivel de cansancio a estas alturas de curso sobrepasa todo lo previsto y tu cuerpo empieza a lanzarte señales de alerta para que le des una tregua, o al menos, no le sometas a un estrés mayor que en el que ya está. Un herpes recurrente, llagas en la boca, un gemelo que se sube en mitad de un informativo, dolor lumbar y un eterno dolor de cabeza que no se acaba de ir en ningún momento del día. Esas han sido las señales que me ha enviado el mío en la última semana. Si a esto le sumamos que el calor nos hace imposible descansar, el diagnóstico lo sabemos todos.

Pero no he venido hoy aquí a quejarme, esto es lo que hay, nos queda un último estirón antes de ese deseado y necesario descanso. Unas elecciones generales, ahí es nada, con un debate absolutamente polarizado, con políticos que han dejado de hablar de todo lo que preocupa e importa a la gente que les va a votar. ¿Y después?... El después ya lo contaremos.

Bueno, pues aquí vengo con una receta que nos ha dado un equipo de investigadores alemanes. Y que como siempre, como viene de fuera, le damos más relevancia que si nos lo contara alguien de aquí: hay que practicar la siesta española. Dicen que, en esta época del año, en la que las temperaturas nocturnas son insoportables, en la que los termómetros de buena parte de España no bajan de los 25/30 grados en toda la noche, echar una cabezadita después de comer es exactamente lo que nuestro cuerpo y nuestro cerebro necesitan para tener ese descanso reparador que no tenemos durante la noche. Escuchar esto para un español parece una perogrullada, lo sabemos desde hace tiempo, lo llevamos practicando desde hace mucho. Recuerdo que, en verano, me encantaba sentarme en el regazo de mi padre después de comer: era su ratito para descansar antes de irse a trabajar de nuevo. Y siempre, siempre, nos reíamos porque si no conseguía zafarme de su abrazo antes de que cayera en el sueño de Morfeo, me quedaba ahí atrapada durante media hora sin poder moverme.

El estudio dice que nuestra siesta de toda la vida debería ser un ejemplo para el resto del mundo ahora que el hemisferio norte se está achicharrando. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) alertaba ayer mismo de los riesgos para la salud que tienen las temperaturas récord que se están registrando en todo el mundo, en Italia, en Grecia, en el sur de Estados Unidos, en Corea del Sur… Temperaturas que superan los 45 grados en muchos puntos del planeta. Nos empiezan a deslizar la idea de que esto que nos parece tan anómalo tendremos que empezar a normalizarlo, que esto es lo que nos va a tocar vivir en las épocas estivales a partir de ahora.

Echar la siesta no va a evitar que sigan subiendo los termómetros. Pero echar una siesta, ojo, no más de 20 minutos nos ayudará a llevarlo un poco mejor. Otro tema es si tenemos esos 20 minutos de descanso en mitad del día…

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