Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Los cara a cara electorales ya no se ganan como hizo Kennedy

La seguridad escénica de John Fitzgerald Kennedy frente a las piernas y manos de Richard Nixon
La seguridad escénica de John Fitzgerald Kennedy frente a las piernas y manos de Richard Nixon
CBS
La seguridad escénica de John Fitzgerald Kennedy frente a las piernas y manos de Richard Nixon

Los políticos de hoy corren a maquillarse. Les han repetido en demasiadas ocasiones los errores que cometió Richard Nixon en el primer cara a cara presidencial de la historia de la televisión. Y, claro, intentan que no se repitan. Aunque los más avispados ya saben que han pasado 63 largos años desde entonces y la sociedad no es como aquella América de estrellas, sueños y Hollywood. 

Aquel 26 de septiembre de 1960 John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon estrenaban un debate electoral delante de cámaras y debajo de focos. Y qué calor daban entonces los focos, que no eran de led. Encima el plató de la CBS tampoco era muy grande y el desconocimiento del medio hizo que Nixon mostrara cierto desprecio por las liturgias teatrales de un electrodoméstico llamado TV. Su hombría le impidió que su cara fuera retocada por maquillaje. No entendía que la luz de la tele le iba a mostrar al mundo en formato cadáver. Tampoco eligió bien el traje, gris, que difuminaba su perfil con el fondo del decorado. Mientras tanto, Kennedy lucía rostro bronceado y un repeinado look, listo para seducir al público.

Instante del primer cara a car político de la historia de la televisión
Instante del primer cara a car político de la historia de la televisión
CBS

El caldo de contextos estaba servido. Nixon había comprado todos los boletos de la inexperiencia para que su comunicación no verbal fallara. Y falló. Los sudores brotaron, y los brillos de su rostro descolocaron al mundo. Y asustaron a su madre, que llamó al estudio para ver si su hijo estaba enfermo. Poco que ver con Kennedy, que estaba acostumbrado a posar en las fiestas de las celebrities y desplegó su curtido glamour hasta en el arte de colocarse en la silla. Con sus piernas cruzadas y sus manos enfatizando el mensaje delante de un Nixon de postura visiblemente incómoda. 

Los que escucharon el choque por la radio creyeron que ganó la verborrea de Nixon. En cambio, con su galantería, Kennedy sedujo a los que vieron el encuentro por la pantalla, unos setenta millones de norteamericanos. La televisión había sido decisiva para la elección del nuevo presidente de Estados Unidos.

La influencia de las sombras y luces de aquel primer debate ha marcado todos los posteriores. De hecho, en el primer cara a cara español, hace 30 años, los equipos de Felipe González y José María Aznar cuidaron mucho la puesta en escena para no repetir la novatada de Nixon. Que si una temperatura en plató bien medida para evitar sudores (22 grados), que si un fondo escénico repintado con precisos brochazos para que las tonalidades no insinuaran nada y que si dos mesas en vez de atriles para que no se notara la diferencia de estatura entre González y Aznar. Estar sentados en un escritorio les permitía cierta seguridad escénica, escondiendo las piernas detrás del mostrador y teniendo una buena tabla en la que apoyarse (o a la que directamente agarrarse).

Imagen del primer cara a cara español, entre Felipe González y José María Aznar, sentados en mesas
Captura del plano general del primer cara a cara español, entre Felipe González y José María Aznar, sentados en mesas
Antena 3

Pero todos estos trucos de la tele de antaño ya no sirven como nos contaron. Se van quedando obsoletos. Este lunes 10, Sánchez y Feijóo deben mostrar su cercanía y convicción en el único cara a cara de esta campaña, que se realizará desde el versátil hall del estudio 7 de Atresmedia. Antiguo Teatro de Antena 3, construido para acoger el gigante espectáculo de Sorpresa, sorpresa

La política ya no se asocia a los idílicos protagonistas de las viejas películas del Hollywood clásico, perfil que ejemplificaba Kennedy. La manera de relacionarnos con las pantallas ha cambiado. De hecho, el ojo del espectador está habituado a ver vídeos guerrilleros constantemente en el móvil. Hoy la imperfección puede ser una buena aliada, pues humaniza a los líderes. La audiencia elige empatía y entiende que todos sudamos. Los políticos, también. Los carismas van más unidos a otras vicisitudes, que están por encima del maquillaje, la elegancia y dotes para la fotogenia paternalista de antaño. Incluso las cadenas ya emiten en directo la manera en la que los contrincantes son maquillados antes del debate. Y no pasa nada, los partidos lo permiten. Ponerse maquillaje no se asocia a debilidad. Se trata de ser (o parecer) natural, directo y efectista. Efectista, sí. Así se trasciende en una sociedad en la que invertimos más tiempo en lo retuiteable porque nos remueve (para bien o para mal) que en lo impecable, serio y cabal, que nos aburre.

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