Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Ana Rosa Quintana versus Pedro Sánchez: la entrevista periodística al revés

Ana Rosa Quintana y Pedro Sánchez en El Programa de Ana Rosa. Sus caras.
Ana Rosa Quintana y Pedro Sánchez en El Programa de Ana Rosa. Sus caras.
Mediaset
Ana Rosa Quintana y Pedro Sánchez en El Programa de Ana Rosa. Sus caras.

En España se nos da regular discrepar. Confundimos discutir con enfadarnos. Incluso, a veces, creemos que no estar de acuerdo es llevar la contraria. Más aún en las proclamas de la política, que se han ido asumiendo cual fe ciega. 

Poco importa el diálogo, venimos convencidos de casa. A menudo, venimos hasta encendidos de casa. La teología no está sólo en templos religiosos, los hinchas no están sólo en campos de fútbol. El problema es cuando el calentamiento global de la opinión en redes sociales y tertulias apisonan el periodismo. La televisión lo demuestra muy bien estos días. La incisiva repregunta periodística ya no es tan decisiva como la opinión del entrevistador.

Las grandes entrevistas de esta campaña electoral no han sido tanto por los titulares del entrevistado, sino por el morbo del choque entre bloques visiblemente enfrentados en los medios de comunicación. Y, claro, Pedro Sánchez ha ido al programa de su crítica Ana Rosa Quintana. Y las redes sociales han prendido sus llamas. Porque podías ir con uno u otro.  Un enfrentamiento de iguales, cuando no son lo mismo. 

Y es curioso cómo parece que el entrevistado tiene más necesidad de rebatir con datos que al periodista. Y no al revés, como nos enseñaron en las facultades de Periodismo. Ya hace tiempo que las entrevistas mediáticas dejaron de ser como nos habían dicho que eran. Ahora han evolucionado hacia el debate de protagonismos y zascas, una tertulia con vencedores y vencidos. Es más comercial. Es más entretenido. Es más retuiteable. Es la evolución.  Pero quizá, en realidad, perdemos todos.

"Ana Rosa, usted no está informando, está opinando", replica Sánchez en un instante de la tensa calma del interrogatorio a dos. Lo afirma como seguro de sus logros de Gobierno y, a la vez, palpablemente defraudado porque se ha percatado de que los avances sociales y económicos no se visualizan en el espectáculo de la trinchera nacional. 

Y esa frustración que Sánchez no disimula deja entrever cierta ingenuidad que creíamos perdida por la mercadotecnia de la política. Como si entre la plúmbea seriedad de Sánchez asomaran esos ideales que le permiten seguir confiando que, una vez más, puede dar la vuelta a su adversidad. Si la política no se votara como teología, claro.

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