Millones de norteamericanos sufren estos días el ahogo del humo de dimensiones incalculables que está causando la ola sin precedente de incendios forestales que asola amplias comarcas de los Estados Unidos y de manera muy especial, de Canadá. Las más afectadas son las grandes urbes, empezando por Nueva York y Chicago donde la calima – como se define en español – arrastrada por el viento se acumula entre los rascacielos, ensombrece el ambiente y envenena el aire que se respira y afecta de manera grave a las personas que sufren dolencias relacionadas con la respiración.

En algunas ciudades se recomienda a la gente no salir a la calle para evitar respirar aire contaminado. Siempre ha habido incendios en los dos países, como ocurre en el resto del mundo, pero nunca las olas como las actuales adquirieron semejantes dimensiones ni en sus peculiaridades ni en la variedad de lugares donde se están produciendo. Los expertos explican sin mucha convicción que las causas de la mayor parte son los rayos que caen sobre lugares afectados por la sequedad que causó la sequía sufrida en los últimos meses. El presidente Biden dijo que este desastre es una prueba elocuente más del cambio climático que se está sufriendo.

Pero no todos están de acuerdo con esta tesis. Además de críticas y reivindicaciones contra los servicios de extinción, que como es de imaginar son los mejor dotados del mundo y trabajan sin descanso, las polémicas políticas no se han hecho esperar y los discrepantes de las afirmaciones del presidente demócrata son líderes y empresarios republicanos los que por ideología o sobre todo intereses culpan de la ola de incendios a las imposiciones que impiden el desarrollo urbanístico e industrial de terrenos protegidos como son las prohibiciones que existen para defensa de bosques y parajes derivadas de la conservación ecológica.

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En California, donde los incendios forestales son más frecuentes, las compañías de seguros se niegan a asumir contratos relacionados con los peligros de extensión del fuego en el Estado más rico de la Federación. En las últimas horas las nubes de humo, que el viento arrastra hacia el suroeste, han llegado a Washington, la capital que se ha sumado al peligro para la salud pública que ya se ha sufrido o se está sufriendo en Los Ángeles, Nueva York o Chicago por citar a las ciudades más voluminosas, aunque hay que añadir otras menos conocidas igualmente contaminadas. No se trata de humaredas sino de verdaderos nubarrones que obstaculizan la visibilidad. En algunos lugares, se escucha, es como si se tratase de nubes de arena negra,

El número de personas que se agolpan en los hospitales, afectadas por dolencias pulmonares de diferente gravedad, es inusual igual que el de enfermos crónicos que previsiblemente están abandonando sus residenciales habituales para buscar en el ambiente rural aire más puro o para poder respirar con normalidad. También allí llegan los nubarrones de humo, pero en el campo raso está menos concentrado y resulta más saludable. En Canadá, donde en las últimas semanas ha sido donde los incendios se han reproducido con mayor intensidad, los problemas para la salud son similares y de manera muy especial en la región de Quebec.

Siempre ha habido incendios, pero nunca las olas como las actuales adquirieron semejantes dimensiones

La preocupación que causa a la salud de las personas parece despreocuparse de los daños materiales que los incendios están causando. Algunos pueblos y pequeñas ciudades de construcción baja y endeble, con frecuentes construcciones de madera, han quedado barridas por las llamas y sus habitantes refugiados donde han encontrado hospitalidad en su huida del fuego que se extiende con una rapidez que dificulta de manera especial la extinción que se intenta desde tierra y desde el aire con escaso éxito.