El Madrid de Azorín en el aniversario de su nacimiento, un escritor en el andén del Metro

Retrato de Azorín por Joaquín Sorolla (1917)
Retrato de Azorín por Joaquín Sorolla (1917)
Hispanic Society (Public Domain)
Retrato de Azorín por Joaquín Sorolla (1917)

José Martínez Ruiz 'Azorín' nació en Monóvar, Alicante, en 1873, y formó parte de una de las generaciones de escritores e intelectuales más brillantes de nuestra historia: la Generación del 98. Se cumplen, por tanto, 150 años de su nacimiento y es pertinente traer a nuestra memoria su estilo directo y escueto, la humanidad con la que observó el mundo durante una vida larga que poco a poco fue marcando su enjuta figura.

Llegó a Madrid en 1896 procedente de Valencia para comenzar a colaborar en el diario El País -el de aquellos años- y quedó fascinado por los primeros pases de películas cinematográficas, el ambiente literario y el bullicio de una ciudad todavía decimonónica.

Sus impresiones sobre la capital se fraguaron en las tertulias de café y las redacciones de los diarios, en la vida de una ciudad que no dormía y mucho menos cuando los espectáculos podían comenzar a las 11 de la noche. Las cenas Dios sabe cuándo acababan. Reunió en 1918 unas pinceladas matritenses, publicadas por entregas años antes en Blanco y Negro, en un librito de apenas 80 páginas y 12 capítulos titulado Madrid, guía sentimental.

Ahí se muestran sus observaciones sobre Las fondas y Las estaciones -dos capítulos del libro-, primeros contactos con una ciudad, trazadas desde el epicentro de su creación, ese lugar íntimo y recogido de la habitación de hotel, donde ansiaba encontrar silencio, sencillez y limpieza. "Nada de pesados cortinajes; nada de muebles complicados y ridículos", reclamaba. Aquí se vislumbran ya sus ideales estéticos y existenciales, siempre por la senda de la austeridad. Años después, Azorín recibe en su casa a González Ruano para una interviú, y este le encuentra en una "salita sin el menor carácter, con un sofá y unos sillones de esos que tenían los fotógrafos medianos en sus estudios a principio de siglo (...) una habitación así oprime el alma. Ni un libro, ni un cuadro, ni un detalle en que distraer la vista".

Una edición del libro 'Madrid' de Azorín
Una edición del libro 'Madrid' de Azorín
Adolfo Ortega

En las librerías de viejo parece habitar el escritor y allí lo describe el gran Cansinos Assens, no sin cierta malicia en el remate del apunte: "el impasible y hermético Azorín, con su cara fatigada, al que los libreros ofrecen una silla en la que permanece horas enteras sentado con su bastón entre las piernas y la barba apoyada en el bastón… mirando, pensando en el estilo tartamudo de sus crónicas…".

Azorín pasea por la calle de Alcalá o revisa los puestos del Rastro, donde siempre "mira las cosas con la consideración, con la benevolencia que merecen" como observa Gómez de la Serna, a su lado en ese deambular; describe a Los poetas y husmea Los herbolarios; para finalizar el recorrido sentimental con una despedida en La Puerta del Sol: "Nos embozamos en nuestra capita raída y nos marchamos despacio. Con nosotros viene lo castizo, lo genuino, lo tradicional de una España que desaparece… lenta, lenta, lentamente".

En 1941 publica Azorín una visión ampliada de la capital en su libro Madrid que, a diferencia de la guía sentimental, se centra en los retratos de personalidades y semblanzas literarias. Son 49 cuadros por los que aparecen Pío Baroja, Menéndez Pelayo, Clarín, Unamuno o Rubén Darío; asoma la correspondencia que mantuvo con Emilia Pardo Bazán desde que residía en Valencia; se describen lugares todavía esenciales en esta ciudad, "no podemos imaginar Madrid sin Lhardy", en un capítulo poéticamente titulado El espejo del fondo; o se introduce en los vericuetos de la moda, describiendo el Sombrero de copa como símbolo de una elegancia perdida.

Retrato de Azorín.
Retrato de Azorín.
Nicolás Muller. Archivo Regional de la CAM

González Ruano le recordaba sentado durante horas en los bancos de cualquier estación de metro, como si estuviera en el parque; o mirando hipnotizado escaparates de vajillas inglesas. Un observador fino pero reservado, misterioso. Hombre de silencios densos que deambulaba con cierto aire espectral por Madrid. Desvaneciéndose lentamente, la ciudad y él mismo.

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