Así es como los conejos pueden volverse caníbales

Un conejo albino.
Un conejo albino.
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Un conejo albino.

Hace unos días se publicaba una noticia que parecería sacada del Weekly World News, ese entrañable tabloide que se vendía en EEUU y que publicaba noticias falsas sobre abducciones alienígenas, avistamientos de Elvis, combustión espontánea y niños murciélago. Y que, por cierto, aunque su versión en papel desapareció, sigue vivo online en todo su esplendor.

La noticia en cuestión hablaba de una granja de conejos en la provincia de Valladolid cuyos animales, se decía, han enloquecido y se han vuelto carnívoros por el ruido debido a la presencia de un parque eólico junto al recinto. Y viendo las imágenes que acompañaban a la información, en las que aparecían conejos con inquietantes ojos rojos, a nadie le costaría encontrar un paralelismo con alguna película donde inofensivos animalillos sufren una mutación que los convierte en bestias asesinas a la caza de sus criadores para devorarlos.

Pero no, en este caso todo es real, y hay explicaciones biológicas.

Naturalmente, los conejos no se comen a sus criadores, sino a otros conejos, concretamente sus crías. Esta forma de canibalismo está muy extendida en la naturaleza. Ocurre incluso entre herbívoros, y también entre animales de los que consideramos “monos”, no en el sentido simiesco, sino en el de adorables. Todo un clásico es el trauma que sufren algunos pobres niños cuando descubren que su pareja de hámsters ha criado… y que la madre se ha comido a las crías. Pero el canibalismo se ha observado también en pollos, patos, erizos, cerdos, ardillas, perritos de las praderas y otro sinfín de animalitos monos, además de otros no tan monos.

Un fin ventajoso

Estas conductas surgen en los animales como consecuencia de un estímulo de su entorno. El año pasado el ecólogo del comportamiento Aneesh Bose, de la Universidad de Ciencias Agrícolas de Suecia, repasaba en una revisión las principales hipótesis sobre el significado del canibalismo de padres a crías, pero subrayando ante todo que, lo que para los humanos es un “acto maligno o reprensible”, en la naturaleza “esta visión no tiene sentido porque simplemente la selección favorece y hace más prevalentes los rasgos que mejoran las perspectivas de apareamiento y supervivencia”. Es decir, se entiende que, sea cual sea la causa subyacente, la práctica del canibalismo en muchos casos tiene un fin ventajoso.

Son fáciles de entender casos como el de los leones. Cuando un león macho se hace con el dominio de un clan, que no es su propia familia, suele matar y a veces devorar a los cachorros para permitir que en adelante solo prosperen los descendientes de sus propios genes. Pero otros animales, como los hámsters, los conejos y muchos otros, se comen a sus propias crías, lo cual parece jugar en contra de su propio interés reproductivo. ¿Por qué ocurre esto?

Según Bose, las primeras observaciones del canibalismo de padres a crías llevaron a los investigadores a pensar que era una conducta defectuosa provocada por malas condiciones o por la cautividad de los animales. O sea, que realmente enloquecían, como decía la noticia de los conejos. Pero en las últimas décadas se ha descubierto este tipo de comportamiento en infinidad de especies y situaciones diferentes. Y aunque no parece haber una sola razón válida para todos los casos, sino que varía en distintos tipos de animales, sí puede haber un denominador común: optimizar los recursos. En la naturaleza la energía que los animales necesitan no siempre está disponible, y por ello la programación evolutiva de las especies obliga a aprovecharla al máximo.

Los hámsters europeos que viven en campos de maíz sufren una deficiencia vitamínica que los induce al canibalismo

Por ejemplo, cuando la dieta de los padres es pobre y las reservas de energía son insuficientes, criar a los hijos puede consumir demasiado esfuerzo. En este caso, los padres pueden optar por comerse a las crías para evitar el gasto y además recuperar esos nutrientes a veces escasos. En los hámsters europeos (salvajes y más grandes que los que se crían como mascotas) se ha observado que los que viven en campos de maíz y solo se alimentan de este cereal tienen una deficiencia en vitamina B3 que les induce al canibalismo. Esta conducta desaparece cuando se les suplementa la deficiencia vitamínica.

Algo parecido puede ocurrir cuando las opciones de apareamiento son muchas: a los padres les resulta más ventajoso recuperar parte de la energía invertida en una camada para producir otra. Por otra parte, a veces ocurre que la camada es demasiado pequeña, y entonces los padres pueden decidir que no merece la pena el esfuerzo de criarla. O, al contrario, una camada es demasiado grande, y los padres se comen solo a alguna de las crías para reducir el coste; esto ocurre también cuando alguna de las crías es más débil o está enferma, o si hay un exceso de progenie de un sexo respecto al otro.

Otra posible causa es la incertidumbre sobre la paternidad de una camada concreta, lo que puede solucionarse eliminándola para invertir esa energía en otra camada futura cuya paternidad esté asegurada. Todo esto implica que hay una visión a largo plazo: el canibalismo forma parte de una estrategia más amplia para asegurar la supervivencia y la descendencia, por lo que es un mecanismo de adaptación surgido a través de la evolución.

El efecto del estrés

Otro factor que induce canibalismo es el estrés. Este sería el caso de los conejos de Valladolid. Es frecuente que ocurra en los animales en cautividad, por ejemplo el caso típico de los hámsters. En los laboratorios se ha observado que limpiar con demasiada frecuencia las jaulas de las ratas favorece el canibalismo, y también en los conejos se ha visto que las interferencias del entorno pueden provocarlo. Y aunque Bose cita estudios previos que han calificado el efecto como un trastorno (lo de “enloquecer”), apunta que esta respuesta también podría ser adaptativa: si el estrés induce a los animales a creer que se encuentran en peligro, pueden pensar que no vale la pena invertir energía en criar la camada que han tenido, sino que les resulta más ventajoso devorarla y recuperar esos nutrientes para invertirlos en el futuro en una nueva camada cuando el riesgo desaparezca.

No hay razón para pensar en un trastorno mientras haya posibles causas biológicas

En resumen, según la revisión de Bose, generalmente no debe asumirse que una conducta caníbal en animales es una inadaptación —un trastorno—, ya que suelen existir mecanismos adaptativos para explicarla, a menos que se descarten estos. O, dicho de otro modo, no hay razón para pensar que los conejos de Valladolid hayan “enloquecido” mientras esa conducta pueda explicarse desde un punto de vista biológico evolutivo. Aunque, por supuesto, esta es una cuestión de interés científico; para los granjeros en realidad es lo de menos, ya que el resultado es el mismo, y lo que ellos necesitan es que se lleven de allí esas hélices.

Y, por cierto, lo de los ojos rojos, por inquietante que parezca, en realidad no tiene nada que ver con el canibalismo, sino con el albinismo. Los ojos no son realmente rojos, sino que carecen de pigmentación, y a través de ellos se ve el color de la sangre que circula por los vasos sanguíneos. Esos conejos ya tenían los ojos rojos antes de volverse caníbales. Lo del cambio del color de los ojos cuando un humano, zombi o animal se vuelve maligno se queda solo para el cine. Y, por suerte, los conejos asesinos, o los simplemente chungos como el de Donnie Darko, también.

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