José Javier Rueda Adjunto a la Dirección en Heraldo de Aragón
OPINIÓN

¿Pueden mentir los políticos?

¿Pueden mentir los políticos?
¿Pueden mentir los políticos?
Fiorella Balladares
¿Pueden mentir los políticos?

El origen de la idea clásica de 'política' está en la filosofía moral. Se observa en los filósofos griegos y romanos, y en los pensadores de la Edad Media cristiana. También se descubre en autores y líderes políticos contemporáneos. 

Para todos ellos, ética pública y ética personal son dos caras de la misma moneda, por lo que la acción del gobernante debe estar siempre sometida a la norma moral. Sería la condición para que el ejercicio del poder sirva al bien común.

Esta perspectiva se modificó en la Edad Moderna, al surgir una nueva ética política emancipada de la ética personal. Maquiavelo y Hobbes se atrevieron a concebir la política como una realidad autónoma, cuyas reglas debían ser estudiadas al margen de consideraciones morales.  Maquiavelo hizo ver que, en el ejercicio del gobierno, puede ser necesario separarse de las exigencias morales para garantizar el éxito político, que, al fin y al cabo, sirve al bien básico de la estabilidad social. La 'razón de Estado' disculparía así la inmoralidad del gobernante pues 'el fin justifica los medios'. La mentira sería, pues, connatural a la política.

Las promesas electorales, tan abundantes estos días, tienen como finalidad engatusar al votante.

Siglos después, Max Weber distinguió la 'ética a de la convicción' (que consiste en seguir las normas morales caiga quien caiga) de la 'ética de la responsabilidad' (propia de quienes dejan a un lado sus convicciones para hacer lo que deben como representantes políticos).

Para Kant, la prohibición de mentir es categórica, incluso en aquellos casos donde la mentira no produce ningún daño inmediato. Sin embargo, hoy se puede constatar que el embuste es una práctica frecuente. "Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de una cacería", dijo Bismarck. Una explicación es que la política ha pasado a ser concebida como una forma de lucha para alcanzar y mantener el poder. 

Esta forma implica la renuncia a la violencia física, que es sustituida por otras armas de menor calibre como la mentira, el insulto o el ataque verbal. Una vez admitido el lenguaje como arma, la palabra dada pierde su valor. Esta normalización de la mentira origina, entre otras perversas consecuencias, un grave daño para el desarrollo de las personas, las comunidades y el debate público (Habermas).

Muchas son puras fabulaciones, proclamas voluntaristas o, directamente, mentiras. La política emocional se impone así a la racional y pedagógica.

En el ensayo Mentira y Política (1971), Hannah Arendt ya advirtió que la utilización de "la falsedad deliberada" como medio para obtener fines políticos venía históricamente de lejos. Los antropólogos habían podido confirmar que, desde que el hombre primitivo se organizaba en tribus, la mentira ha sido siempre un arma política. Sea como fuere, la filósofa dejó un mensaje positivo: la verdad triunfa en las democracias si la justicia está protegida ante el poder político y social, si los periodistas actúan con independencia como rastreadores de hechos y si las universidades son activas en la búsqueda, custodia e interpretación de la verdad factual.

El posmodernismo surgido en las facultades francesas del último tercio del siglo XX, que en su versión más extrema afirma que la realidad es solo una percepción individual, y la omnipresencia de internet, donde las falsedades se propagan más rápido y más extensamente, han propiciado una inquietante confusión entre realidad y ficción. Y la política, cada día más emocional, se sirve espuriamente de este maremágnum de verdades alternativas y realidades paralelas. Arendt advirtió sobre dónde puede conducir esto: "Si todos siempre te mienten, la consecuencia no es que creas las mentiras, sino más bien que ya nadie crea nada". En ese instante, la vida social y política se torna imposible.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento