"Asesinos", "criminales", "sicarios de la información al servicio del mal", "lo pagaréis". Tales lindezas las reciben diariamente meteorólogos y científicos de este país. Su delito es negar que exista una conspiración mundial para fumigarnos desde los aviones comerciales con la intención de, según versiones, impedir que llueva, hacer que llueva, extender epidemias, matarnos (solo a los pobres), provocar alergias, etc.
"Pues a mí me parece que nos están fumigando", dirá el cuñado. O que están pintando el cielo con brocha gorda. Pero todavía no sé de fábricas donde produzcan esos venenos, camioneros que los transporten y luego carguen al avión en lugar de subir las maletas, pilotos que reconozcan que tiran de una palanca para abrir compuertas y fumigarnos sin piedad. Debería de haber cientos de miles de personas implicadas en tan malvado plan y no conocemos a ninguna, qué raro.
Es verdad que los aviones producen nubes tóxicas, claro que sí. Tienen los mismos malos humos que coches y camiones, e incluso peores, porque son más grandes y menos eficientes. Cada avión consume 3.000 litros de queroseno a la hora, millones de metros cúbicos de invisible CO2 que recalienta la atmósfera. Ese humo invisible sí que es peligroso y debería preocupar a los conspiranoicos. El de las estelas es inocente hielo condensado alrededor de la carbonilla de los reactores. Al igual que la nieve, los diminutos cristales de agua congelada reflejan la luz solar que incide sobre ellos, de ahí su blancura. Dependiendo del estado de la atmósfera y de la altura de los aviones, veremos más o menos rayas blancas en el cielo.
Moraleja: si quieres que dejen de fumigarnos, no utilices coches ni aviones, viaja en bici. Y estudia.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios