Borja Terán Periodista
OPINIÓN

'Sálvame' y por qué celebrar 14 años centrándose en Mila Ximénez

Imagen de Mila Ximénez en 'Sálvame'.
Imagen de Mila Ximénez en 'Sálvame'.
Instagram / @milaximenezoficial
Imagen de Mila Ximénez en 'Sálvame'.

Mila Ximénez cambió Sálvame, mientras Sálvame cambiaba la prensa rosa para siempre. La audiencia se quedaba mirando cuando aparecía Ximénez y narraba sus experiencias, perdía los papeles o exponía sus opiniones, fueran las que fueran. Porque, al final, hablaba desde la pasión de una vida experimentada, curtida e incluso sufrida. Era más fácil sentirse representado por la imperfección de la veteranía de Ximénez que por aquella lozana popularidad de pedigrí que intentaban vender las revistas del corazón de antaño.

Mila Ximénez era la antítesis: una señora como tantas que estaban viendo la tele a esa hora. Con sus miserias, con sus decepciones, con sus claroscuros, con sus inseguridades. Y las compartía a cámara sin demasiadas corazas, con mucha y aparente transparencia. Incluso en su mal carácter, en ese "estar harta de todo" y de solo tener ganas de que te dejen en paz, también era muy fácil empatizar con ella.

Los colaboradores del corazón de Sálvame siempre han triunfado precisamente por su visceral autenticidad. Su logro y su legado al futuro de la televisión es que no son idílicos, son como la sociedad: diversos dentro de su microuniverso de indignaciones, cotilleos y surrealismo. Tal vez porque se han percatado de que su éxito radica en que son tan humanos y vulnerables como todos y que esa proximidad es lo que les hace ser escuchados, vistos y hasta aplaudidos, sin necesidad de justificarse por lo que hacen. Ahí está la clave del programa. No necesitan justificarse.

Aunque algunos no lo quieran ver, Sálvame ha cambiado la prensa rosa, ahora cumple 14 años y para celebrar su aniversario han homenajeado a su amiga. Justo en un momento en el que paradójicamente planea que vuelve el corazón cortesano con el que parecía que habían acabado. Aquel donde gente repeinada juzgaba a famosos desde la superioridad moral que intoxica lo que toca.  Sálvame también ha caído en moralinas nocivas, aunque su ingenio televisivo ha estado en convertir su propio plató en una creativa, surrealista y terrenal retransmisión en directo del patio de vecinos nacional. A pesar, incluso, de colaboradores como Kiko Matamoros que da la sensación que piensan que la tele-realidad es la batalla de polemizar agresivamente. Muy antiguo eso de la crispación sube la audiencia, la gente está en otro lugar y, sobre todo, la tele es entender la motivación de sus protagonistas. 

Porque hasta para hacer el ensoñador culebrón del choque de la crónica del corazón, el público se tiene que sentir representado por una pluralidad de personas más que personajes, un pluralidad que representa al país en ese instante. Por eso mismo, el público de Sálvame siempre vio a Mila Ximénez como una de sus principales aliadas. Aunque sus enfados fueran tremendos, temperamentales y a veces, muchas veces, injustos: al final, la terminábamos comprendiendo. Su incontinencia verbal estaba representando los desahogues, los despechos y las desilusiones de tantas personas, de tantas Milas. 

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