Borja Terán Periodista
OPINIÓN

Las 3 dotes de 'Sálvame' que todo buen programa de TV debería tener

Sálvame muy Sálvame en el balcón frente a la casa de Belén Ro
Sálvame muy Sálvame en el balcón frente a la casa de Belén Ro
Mediaset
Sálvame muy Sálvame en el balcón frente a la casa de Belén Ro

Sálvame tiene mala fama. El cotilleo de patio de vecinos siempre la ha tenido. Mejor disimular, mirando detrás de la mirilla. Pero Sálvame, con sus trece años de vida, cuenta con tres características que debe siempre atesorar todo programa que pretenda el éxito de crear una comunidad fiel.

Uno. Familia de personajes reconocibles

Sálvame diario ha creado su universo de personajes propios y complementarios entre sí. No abusa de un elevado número de protagonistas, siempre suelen ser los mismos y no saltan de una cadena a otra. Una familia que se asocia siempre al programa y que hasta construye un idioma propio con el que sentirse parte de algo especial. Cuando escuchas “Agua con misterio” sabes que estás en Sálvame. Aunque no estés mirando la tele.

Mientras que otros espacios sufren el problema de que sus rostros habituales van y vienen de formato a formato y no se terminan vinculando con ningún magacín ni siquiera ninguna cadena, Sálvame sabe que mejor ser pocos pero únicos, que una multitud de iguales que nadie identifica.

Dos. Un decorado con muchas puertas

La buena escenografía de una telecomedia es aquella que se sustenta en varias entradas y salidas para ayudar al guionista a escribir la historia. Lo mismo sucede en programas de entretenimiento. En cambio, el auge de las pantallas de led, junto con el apogeo de los programas basados en la tertulia eterna, ha provocado que desaparezcan las puertas, ventanas, escaleras o recovecos en los platós. Es más, algunos piensan que no se puede perder tiempo en el paseíllo de las apariciones estelares de personas. No vaya a ser que baje la curva de audiencia. Mejor que irrumpan en imagen como si siempre estuvieran ahí.

Pero no, para consolidar el carácter especial de los programas son clave las liturgias escénicas que presentan bien a los personajes, remarcan cómo son, cuál es su carácter, cómo es su nervio y dónde se van a ubicar en el mapa del show. Sálvame lo ejerce y lo ha llevado hasta la máxima expresión convirtiendo cada puerta real de los estudios de Telecinco en un decorado practicable para, así, representar con fuerza la imprevisibilidad de la vida en sus tramas diarias. Ahora, estas semanas, incluso van más allá sacando a la calle a sus presentadores como si fueran los cabezas de cartel de un remake en vivo y en directo de La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock.

Tres. La realización tan traviesa como el público

Pero para contar una buena historia en televisión, deben estar bien sincronizados todos los engranajes del equipo. Relación, guion, banda sonora... En esta versión-live de La ventana indiscreta, que logra Sálvame, es vital una dirección que ordena ideas a la vez que es muy astuta para sacar jugo a lo que pasa en directo. Si, espiando desde un balcón, se entrevista de casualidad a un chico que, de repente, dice que mandó currículum al programa e insinúa, con gracia, que no le hicieron ningún caso, se le propone en riguroso directo ir al plató y se le incorpora al relato del día. Y el gag no se queda a medio gas, se lleva hasta las últimas consecuencias. De hecho, el programa termina con él dando una ‘última hora’ desde la redacción. Así sucedió el pasado viernes. A la historia casual no sólo se le da un recorrido con entidad para enganchar, también un desenlace a medio camino entre la corrosión y la ilusión.

Y todo funciona porque se muestra a través de una realización despierta, que elabora ironía incluso sólo con encuadres, músicas y zooms. Eso es la televisión: el arte de mirar. Sálvame diario (que no tanto el Deluxe) cuenta con una peculiar mirada, en la que da la sensación de que todo el equipo está disfrutando del juego. De hecho, la única forma de poder rodar esta particular reinvención de La Ventana Indiscreta es dejando de lado esas autocensura que sólo llevan a que todos los programas parezcan el mismo y atreviéndose a la idea a la que otros no llegan porque tratan con paternalismo al 'televidente'.

Sálvame diario no quiere ser como los demás, hasta sus operadores de cámaras tienen la autoría de intentar captar el plano mordaz que despierta la complicidad traviesa de la audiencia. Así el espacio lleva 13 años acompañando a la audiencia con conflictos de un culebrón intrascendente pero que evaden porque son representados como hacía La Revista de Lina Morgan: el sarcasmo de la picaresca española que delata. Y que recuerda que para trascender en televisión no basta con horas y horas de ruidosa tertulia a la caza de un efímero impacto en el ojo del espectador. Hasta al debate de las miserias ajenas hay que dotarlo de ingenio honesto para conectar con la fiel travesura de la audiencia.

Sálvame triunfa cuando está por encima de Sálvame y entiende que no tomarse demasiado en serio es su salvavidas. Porque hay situaciones que tomárselas a la trascendente es caer en la tóxica televisión de intentar engatusar cizañeando a un público que ya se la sabe todas. Sálvame diario ya no engaña: la audiencia tiene claro a lo que se enfrenta. No pasa lo mismo con otros formatos que se ven sin las defensas en alerta porque no llevan la etiqueta de 'corazón' o 'reality'. Cuidado, porque, a veces, ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos.

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