Borja Terán Periodista
OPINIÓN

La mala prensa de la tele

Cuéntame ha narrado la historia de España a través de la fuerza de la televisión autóctona.
Cuéntame ha narrado la historia de España a través de la fuerza de la televisión autóctona.
RTVE
Cuéntame ha narrado la historia de España a través de la fuerza de la televisión autóctona.

La tele no tiene buena prensa. No es nuevo, nunca la tuvo.  "No veo la tele", dicen muchos. Como recalcando que no necesitan hacer lo mismo que la masa social,  pues la televisión es el gran medio masivo. Lo sigue siendo. Pero, ahora, en la época en la que los canales tradicionales deben convivir con las plataformas y las redes sociales en sus múltiples versiones, hay personas que realmente han interiorizado que no ven televisión. Aunque, claro, si les preguntas "¿ves series?", rápidamente sueltan un feliz "claro".  

¿Las series no son televisión? Lo son, pero decir que sólo ves series es sentirte del lado atractivo de la sociedad, el que devora sólo plataformas, mientras decir que ves tele puede asociarse a Sálvame, El Hormiguero o El Programa de Ana Rosa. Pueblo raso, vamos. 

La realidad es que todos vemos tele todo el rato. Ahora, a diferencia de antes, consumimos tele hasta cuando no estamos en casa, pues la tele ya no se mira sólo por la tele. Estamos en la generación de la multipantalla, que devora creaciones audiovisuales sin tregua: en nuestro móvil, en nuestro ordenador e incluso cuando caminamos por la calle en leds gigantes que cuelgan del urbanismo. Estamos rodeados, de televisión.

Pero continuamos fardando de que no vemos la televisión, porque el término puede sonar demodé. Viste más decir directamente veo Netflix. Aunque su producción en cadena se parezca más a Telecinco que a un cineforum de la Filmoteca Nacional.  También da igual que sus realities parezcan sacados de Cuatro, Netflix ha sabido construir la percepción de ser un entretenimiento necesario que necesitas ver para no quedarte fuera de "lo que mola" en la sociedad. 

La tele, en cambio, ya suena a aparato viejo que, además, con sus feroces batallas de contraprogramación entre canales ha invitado a que los espectadores se sientan maltratados. Tampoco ayuda que haya cadenas obsesionadas con programas que están pensados para públicos de 2007 cuando nadie habita ya en 2007. Estamos en 2022. Pero las plataformas sin la experiencia, errores y creatividades de la tele no existirían.

La tele de siempre vive una lógica crisis generacional por su veteranía. El tiempo aprieta más rápido de lo que parece. Y los cambios sociales pueden pasar por encima de las fórmulas televisivas aprendidas por las cadenas. Cuando se ha interiorizado un infalible modus operandi, ese modus operandi ya se ha podido quedar caduco. Sucede en la tele, en el uso de las redes sociales, hasta en la forma de lanzar series en las plataformas, ahora que se debate la idoneidad del maratón de series de Netflix. Todo cambia. Porque todo evoluciona. Sin embargo, cambiará la sociedad, cambiará la tele, cambiarán las plataformas, cambiará la tecnología, pero nunca dejarán de trascender las historias narradas con mirada propia,  esas emociones que nos unen como civilización y que están por encima de ventanas de emisión. Ahí ha estado siempre el arte que ha sustentado la televisión, que ahora ves hasta cuando piensas que no la ves.

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