Sí, aunque resulte difícil de creer, Ana Obregón sabe que acaba de cumplir sesenta y ocho primaveras. Es consciente de que ya no es la mozalbeta frivolona y cursi de los años noventa que se contoneaba junto a Ramonchu en Qué apostamos y que, posiblemente, haya sobrepasado el ecuador de su existencia.
La decisión que ha tomado siendo madre a estas alturas no ha sido alababalá. Está consensuada y tiene un trasfondo mucho más profundo del que solo ella puede hablar. Ana ha vuelto a actuar desde la libertad tras el calvario vivido en los últimos años, encadenando las muertes de su hijo, su madre y su padre.
Dotará a su bebé de máxima felicidad y que nadie dude de que empleará su tiempo y energía en procurarle un futuro feliz y repleto de amor, el único sentimiento que le ha movido para dar este paso tan definitivo y que ha generado un debate intenso y acalorado. En estos tiempos tan convulsos, quizás es necesario rebajar el tono, opinar desde el respeto y resolver las dudas a través de la información.
La actriz no esconde la felicidad que le ha reportado este nacimiento. Contesta con corazones a los que le escriben felicitándole, pero aún no está preparada para enfrentarse a las críticas. Necesita tiempo para poder explicarse sin que la colectivización general en la que nos encontramos le permita hablar sin ser juzgada.
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