Javier Yanes Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular
OPINIÓN

Esta palabra no significa lo mismo en la ciencia que en la calle

Ilustración del consenso científico.
Ilustración del consenso científico.
Own work based on graphic by John Cook of www.skepticalscience.com / Wikipedia
Ilustración del consenso científico.

Déjenme que comience lo que vengo a explicar con una analogía. Si no estoy equivocado, actualmente los bomberos y bomberas son gente muy preparada. No se les da una manguera y se les dice "hala, a echar agua", sino que aprenden cómo funciona el fuego, cómo se comporta, cómo se extiende, cómo respira, y gracias a esto saben cómo utilizar las herramientas que tienen, para qué, cómo y cuándo sirven, y para qué, cómo y cuándo no.

Por desgracia, en la enseñanza de la ciencia aún no hemos llegado a esto. A los niños y adolescentes se les enseñan conocimientos científicos, leyes, fórmulas, resolución de problemas; pero no se les enseña qué es la ciencia, cómo funciona, para qué sirve y para qué no. Se les da una manguera, y a correr. Y ni siquiera en las carreras universitarias de ciencias es muy habitual que se incluyan asignaturas de filosofía y sociología de la ciencia. Los aprendices de investigadores tienen que aprenderlo sobre la marcha en la práctica. O buscarlo a través de un postgrado, como hicimos algunos.

El resultado es una población adulta que puede recordar más o menos algunos conocimientos científicos de su época de estudiante, pero que no entiende la ciencia. Y esto no es un mero problema de cultura general, que también, sino que se vuelve crucial cuando la ciencia está cada vez más presente en muchos aspectos que rigen nuestra vida, desde las leyes sobre cambio climático a las campañas de vacunación. Personalmente pienso que una verdadera enseñanza de la ciencia que ayudara a entenderla serviría para reducir el rechazo y el negacionismo, porque a todos nos cuesta confiar en algo que no entendemos. Sobre todo si no sabemos que, en realidad, el problema es que no lo entendemos.

Esto viene a propósito de mi artículo reciente sobre el consenso científico relativo a las personas transexuales. He notado cierto revuelo por parte de algunas personas que no entienden qué es un consenso científico, algo que les resulta muy extraño. Y es natural que sea así si se aplica la idea popular de lo que es un consenso, porque es muy diferente a lo que significa en ciencia. Lo cual invita a una explicación.

Hipótesis y teorías

Ocurre que ciertos términos significan cosas muy distintas en la ciencia y en el lenguaje coloquial. Los dos ejemplos más típicos en toda lista son "teoría" e "hipótesis". En la calle la primera se utiliza más que la segunda, pero vienen a significar lo mismo, cualquier idea o especulación que se tiene sobre algo, por infundada que sea. Pero, en ciencia, una hipótesis es una predicción razonada, fundamentada y verosímil que puede testarse para quedar refutada o validada. Algo que no puede someterse a prueba no es una hipótesis.

Y aquí es importante destacar otro rasgo de la ciencia: en ciencia no existe la verdad, ni la certeza absoluta. Decir que algo está demostrado científicamente puede ser un recurso divulgativo útil de cara al público, pero no forma parte del lenguaje científico; no es algo que un científico le diría a otro. Un estudio dice "nuestros resultados sugieren" o "apoyan", pero nunca "demuestran". Las demostraciones solo existen en matemáticas. De hecho, el método científico tal como fue definido por Karl Popper descarta que la ciencia demuestre nada; lo único que puede hacer es refutar algo definitivamente, o bien corroborarlo solo provisionalmente a la espera de futuros experimentos que solo podrán hacer lo mismo.

La ciencia no encuentra verdades ni certezas absolutas

Pero claro, la ciencia no puede dedicarse eternamente a testar las mismas hipótesis una y otra vez. Tiene que haber un momento en el que se acepte como válido lo ya comprobado para poder seguir avanzando. La ciencia es como un edificio que se construye piso a piso. Si nunca llega a darse por cerrado un piso, sería imposible continuar construyendo. En la práctica, investigar con el objetivo de refutar la propia hipótesis (no de ponerla a prueba, sino de rebatirla) es algo que generalmente solo es exigible cuando la hipótesis es sumamente arriesgada, discrepante con el conocimiento actual. 

Thomas Kuhn introdujo un enfoque según el cual hay periodos de ciencia normal, en los que se trabaja sobre lo ya aprendido, y otros de crisis (revoluciones científicas, en lenguaje de Kuhn) en los que se producen cambios de paradigma, cuando una acumulación de evidencias comienza a sugerir que debe caminarse en otra dirección. Esto ha ocurrido numerosas veces a lo largo de la historia, por ejemplo con la introducción de la teoría de la evolución, la relatividad o la nueva física cuántica del siglo XX.

Pero ¿cuándo, quién, cómo se decide que hay suficiente ciencia en una misma dirección para darla por válida? ¿Cómo algo llega a convertirse en "teoría"?

Porque, aclaremos, en ciencia "teoría" significa precisamente lo contrario que en la calle: es el final, no el principio. Una teoría es el mayor rango que se le puede dar a un conocimiento científico coherente y contrastado. La teoría de la evolución o la teoría de la relatividad han sido tan repetidamente avaladas por datos y experimentación que es extremadamente improbable —en ciencia tampoco suele decirse "imposible"— que se refuten. Por supuesto, no son inamovibles; la ciencia se refina, se corrige y en ocasiones rectifica. Pero cuando algo alcanza el nivel de teoría, puede tomarse como ciencia con mayúsculas. No es "solo una teoría", como diríamos en el lenguaje coloquial; en ciencia es nada menos que una teoría.

Pues bien, para llegar a esto es precisamente para lo que existe el consenso científico, una herramienta imprescindible para que la ciencia avance.

Consenso científico = Ciencia

Estamos acostumbrados a lo que significa un consenso en política: dos o más bandos discrepantes se reúnen. Discuten, negocian. Cada uno cede en algo. Todos pierden un poco, pero ganan otro poco, de modo que se llega a un consenso, un acuerdo que se sitúa en un término medio entre las posiciones en conflicto.

Nada de esto tiene que ver con el consenso científico. El consenso científico es la aprobación de la comunidad científica a algo que ha alcanzado un nivel suficiente de validación como para considerarse correcto. No hay bandos enfrentados, ni negociación, ni cesiones, sino solo el acuerdo general de que algo ya puede considerarse ciencia, y que por lo tanto podrá seguir matizándose y refinándose, pero que muy difícilmente va a refutarse.

Cuando en los medios se menciona el consenso científico sobre, por ejemplo, el cambio climático, los sectores negacionistas intentan propagar la idea de que esto es equivalente a un consenso político, donde hay dos bandos en conflicto entre los cuales se ha llegado a un acuerdo. No es así. No hay ningún debate científico sobre el cambio climático, ni sobre la evolución. No hay dos bandos. El consenso científico expresa lo que ya es ciencia para toda la comunidad científica.

La ciencia no puede determinar si una persona concreta es transexual, solo que la transexualidad es una realidad biológica

Con respecto a lo que conté hace unos días sobre el consenso científico en torno a la transexualidad, hay quienes lo han interpretado de otra forma equivocada (evidentemente, han opinado sin leer el artículo): no, los científicos no pueden determinar si un individuo concreto es realmente transexual o no lo es. No existe ni existirá jamás una máquina para medir la transexualidad, como no la hay para medir la homosexualidad. 

Lo único que los científicos pueden hacer, y ya lo han hecho, es decir que hay suficiente evidencia científica acumulada para concluir que la transexualidad existe como fenómeno biológico real. Lo que la sociedad quiera hacer con esta información ya no es cosa de la ciencia. Las políticas y las leyes son debatibles y objetables, y pueden ser acertadas, erróneas o muy mejorables. Pero negar el consenso científico sin aportar otro volumen masivo de evidencias que refuten lo que ha motivado el consenso es, por definición, negacionismo de la ciencia.

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