OPINIÓN

Momias

Momias egipcias en el Museo Británico de Londres.
Momias egipcias en el Museo Británico de Londres.
WIKIMEDIA COMMONS
Momias egipcias en el Museo Británico de Londres.

Momias existen muchas, de épocas y de características muy variadas: el proceso por el que los restos humanos (a veces también de animales) se preservan, bien a través del laborioso ritual egipcio, otras por saponificación natural o bien por el efecto inquietante que las turberas ejercen sobre un cadáver, resulta inusual, perturbador, pero más frecuente de lo que se cree. Ha sido indicador de santidad, ha servido para generar reliquias, se ha buscado para que emperatrices, reyes y dictadores rozaran esa vida eterna que se promete a quienes preservan sus cuerpos.

Poe habla en unos de sus relatos más curiosos de cómo una momia a la que sometían a galvanización se quejaba del frío y de la humillación; envueltas en vendas han huido de los arqueólogos o han proferido las maldiciones más sonoras en historias inverosímiles de un éxito innegable. Atraen las miradas horrorizadas y curiosas, se sitúan en el eje de las exposiciones y continúan exhibidas, arrancadas de sus féretros o de sus osarios, décadas, siglos tras su muerte.

Y, de pronto, llega la noticia, en apariencia frívola, una más en esta corriente de lo políticamente correcto, de que el Museo Británico, en la estela de otros del Reino Unido, abandona la definición de momia para hablar de ‘personas momificadas’. Qué más dará, qué piel más final, piensa una, hasta que de pronto, sin aviso, regresa a la mente aquella mandíbula, con sus dientes tortuosos, que vi en El Cairo, el rostro casi en calma del Hombre de Tollund, la piel, esta sí, finísima, de Irtyru, la mujer que ha motivado este cambio. Los cabellos convertidos en un ovillo, los ojos descarnados, las manos curvadas y decoloradas, las cabezas desmesuradas de los niños momificados. Y bajo el nombre emerge la persona, las cicatrices, las enfermedades o el asesinato y la peculiar suerte que llevó a ese ser a convertirse en un objeto ante nuestros ojos. Y no sé si puedo volver a llamarlas solo momias.

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