La Familia Real española ofrece una imagen de unidad ante el resto de la monarquía europea durante el funeral de Constantino de Grecia

La Familia Real española, durante el sepelio de Constantino de Grecia.
La Familia Real española, durante el sepelio de Constantino de Grecia.
CASA DEL REY
La Familia Real española, durante el sepelio de Constantino de Grecia.
La Familia Real española, durante el sepelio de Constantino de Grecia.
CASA DEL REY - EP

Mientras a primera hora de este lunes decenas de miles de griegos se agolpaban en las calles para dar su último adiós al rey Constantino II, expuesto en la capilla de San Eleftherios (como lo fue en su día la recordada Melina Mercuri), los numerosos miembros de la realeza europea que no han querido faltar a tan importante cita en Atenas desayunaban en los dos grandes hoteles de la plaza Sintagma: el Grande Bretagne (para los jefes de estado) y el King George (para el resto de miembros de la familia). 

Hoteles de gran vinculación histórica con la familia real griega y que, en estos días, en la cena del domingo y el almuerzo del lunes, han sido los lugares de encuentro para la gran familia regia europea, siempre íntimamente unida, que ha querido acompañar de forma masiva a la familia real griega. Tanto es así, que habría que ir muy atrás en el tiempo para encontrar, en décadas pretéritas, un acontecimiento que congregase a siete soberanos reinantes de Europa (España, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Mónaco), a un soberano no reinante (Simeón de Bulgaria), a varios príncipes herederos (Noruega y Dinamarca) y a un amplio conjunto de príncipes segundones, como Ana de Inglaterra, y de jefes de casas reales no reinantes (Rusia, Serbia, Rumanía, Hannover, Baden). Un conjunto de invitados sin duda imponente, al que unir a miembros de familias de armadores importantes como los Nomikos, los Goulandris y los Lemos, además del viejo personal de servicio de los años de reinado de Constantino y de su vida posterior en Gran Bretaña.

Una convocatoria tan extraordinaria que, finalmente, dejó en mal lugar al estado griego que, no habiendo querido pactar un funeral de estado con la familia, en un principio decidió enviar como presencia simbólica al funeral a la ministra de cultura, Lina Mendoni y, a última hora, tuvo que ampliar su representación con el vicepresidente Panagiotis Prikamenos a quien finalmente se unió la presidenta de la república, Katerina Sakellaropoulou, que fue abucheada a su llegada. Un gobierno acusado de cicatero, habida cuenta de que Constantino fue soberano reinante y de que su salida de Grecia fue a consecuencia del contragolpe de estado fallido que él intentó contra la Junta Militar en 1967. 

Todo ello mientras las calles de Atenas estaban repletas de viejos monárquicos nostálgicos de otros tiempos, pero también de mucha gente joven y de mediana edad que nunca alcanzó a conocer la monarquía pero la quisiera de vuelta. Gente agolpada frente a las puertas de la catedral Metropolitana, que recibió con los mayores vivas a los príncipes Pablo, Alexia, Nicolas, Filippos y Theodora de Grecia y, en particular, a la reina doña Sofía, muy querida en su país de origen, que llegó acompañada del rey don Juan Carlos, de su hermana la princesa Irene, y de sus hijas las infantas Elena y Cristina con sus respectivos hijos. Una imagen de familia completa, unida, digna y profundamente afectada que da una idea muy clara de un cambio de rumbo muy positivo en las relaciones familiares de los Borbones de España, muy mejoradas en los últimos meses.

En la escalinata de acceso al templo el príncipe Pablo de Grecia, en su calidad de nuevo jefe de su casa real, recibía a los invitados en medio de claros gestos de cariño como el gran abrazo en que se fundió con el rey Guillermo Alejandro de Holanda, mientras el público vitoreaba a todos los soberanos reinantes conforme bajaban de los coches. La última en llegar, cerrando el cortejo, la reina viuda Ana María, emocionada hasta las lágrimas y orgullosa y digna de haber sido reina de los helenos, a cuyo paso por la nave central del templo todos los asistentes a la ceremonia se pusieron de pie. 

En la bella iglesia, y ante el altar, se ubicaba el féretro envuelto en la bandera griega y, sobre unos cojines, las órdenes dinásticas del finado, entre ellas el Toisón de Oro español, que los hijos de la princesa Alexia llevaron luego consigo. Siguió la larga y rica liturgia ortodoxa, oficiada por numerosos miembros del clero ortodoxo griego y por el patriarca Su Beatitud Ierónimos II. Un oficio cargado de emotividad durante el cual el príncipe Pablo leyó unas palabras, en griego y en inglés, con voz entrecortada en recuerdo de su padre y, concluida la ceremonia, todos los miembros de la familia y de la realeza marcharon en cortejo hasta el palacio de Tatoi.

Un palacio de difícil acceso por carretera y caído en el olvido durante años, cuya pequeña carretera casi de tierra se asfaltó parcialmente en los últimos días gracias, en parte, al interés de la reina doña Sofía que estuvo allí días atrás y que desde el fallecimiento de su hermano ha sido una figura de apoyo y de referencia para sus sobrinos. El enterramiento fue, como es tradicional en la casa real griega, muy sencillo, en el parque de Tatoi y no lejos de las tumbas de sus padres, los reyes Pablo y Federica, y de la pequeña iglesia de la Resurrección. Ya de regreso a Atenas, el nuevo rey “de iure” (de derecho) de Grecia ofreció un almuerzo tardío a todos los miembros de las familias reales en el hotel Grande Bretagne. Un ágape en el que poder volver a encontrarse, ponerse al día, y facilitar que los miembros de la nueva generación puedan conocerse entre sí tras una jornada agotadora.

La familia del rey de España despidió este lunes al exrey Constantino II de Grecia, hermano de la reina Sofía. (ATLAS)

Destacables la puntualidad, el protocolo y la perfección extrema de la organización de todos los actos, el despliegue de un caro servicio de seguridad, el sentimiento de pesar compartido por todos, y la sensación de ser testigos del final de un mundo irremisiblemente marchito. Pero también importante el notable cambio de imagen que se aprecia en la familia real española, a la que difícilmente esperábamos poder volver a ver presentando un digno frente común. 

Don Juan Carlos no ha querido excluirse a sí mismo sino ocupar el lugar que le corresponde, las infantas Elena y Cristina han podido presentar a sus hijos a la gran familia regia europea, y hemos visto a la reina Letizia convertida en buena amiga y confidente de esa persona en otro tiempo tan crítica con ella que es la princesa Marie Chantal de Grecia. Después de pronto 18 años de matrimonio, doña Letizia ya se ve reina, actúa como tal y parece estar contenta, y orgullosa, de formar parte de ese entorno regio de la familia de su esposo que tanto le costó asumir en otro tiempo.

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