Hoy y mañana, 29 y 30 de diciembre, se extienden como dos amplias páginas en blanco hacia la euforia de fin de año y la resaca de Año Nuevo, dos días sin rituales ni tradiciones, marchita ya la gracia de la inocentada desvelada y a la espera de uvas, anillos de oro en la copa, conciertos en Viena y saltos de esquí. Son días en que las redacciones de periódicos y medios rebuscan las noticias en el fondo del gran arcón de Pandora, donde solo queda la esperanza, y se alimentan de sucesos, del último asesinato atroz, del frágil estado del Papa Benedicto XVI, de lo caprichoso del acuerdo para que dos nuevos nombres desbloqueen el Tribunal Constitucional.

... El reenamoramiento de una persona o un lugar, o la necesidad de aferrarse al presente

Nada interesante que comer ni nada novedoso por hacer: más de lo mismo, más turrón, más villancicos, más luces que parpadean, un ingrato espacio que favorece que se piense más de la cuenta y que se haga un repaso minucioso de las pequeñas infamias sufridas durante estos días: los regalos descompensados, o los que no llegaron, las malas contestaciones, los silencios, los comentarios maliciosos, las diferencias con los hijos o los nietos predilectos, la genuina estupefacción ante el hecho de que estos que reencontramos ahora fueran alguna vez nuestros amigos, o sigan siendo nuestra familia, de dónde hemos salido, a dónde hemos llegado. También para las sorpresas conmovedoras, los gestos insospechados, el reenamoramiento de una persona o un lugar, o la necesidad de aferrarse al presente, a la felicidad que de pronto, entre tantas distracciones, se reconoce.

Con los espacios en blanco se escriben las mejores novelas, se cuentan las historias más originales, se trazan los mejores mapas. Cuando no hay nada establecido y se quiebra la inercia, surge una posibilidad nueva. No sé quién nos escribe ni si alguien lo hace: pero si así fuera hoy y mañana serían los días en los que nuestra novela se iniciara. ¿No estaría bien probar?