Nos hemos pasado todo el festivo fin de semana recién vivido deseándonos la paz. La paz es un tesoro maravilloso que casi todos ambicionamos y, sin embargo, casi siempre se nos escapa de las manosLa paz es un tesoro maravilloso que casi todos ambicionamos y, sin embargo, casi siempre se nos escapa de las manos. Desde que existimos los seres humanos, y mira que ya ha llovido, llevamos compartiendo el deseo de la paz con la misma persistencia con que nosotros mismos nos empeñamos en seguir dándole prioridad a la violencia.

Estos días compartiremos los villancicos con las últimas noticias de la guerra que los rusos provocaron en Ucrania, en el centro de Europa, entre unos pueblos cultos que ya creíamos incapaces de querer aspirar a sus ambiciones matando. Pero es la realidad que nos dejará un recuerdo triste de nuestra incapacidad para lograr la primera de nuestras ambiciones. Es más que seguro que mientras unos disfrutábamos del turrón, otros caían bajo bombas o drones.

La vida de las personas vale poco ante las ambiciones de poder y dominio

Pero no sólo es en Ucrania donde un año más la Navidad y el cambio de año, millones de personas los pasarán bajo los riesgos y el dolor que causan las guerras. En el mundo hay actualmente cuarenta y dos conflictos armados. De muchos de ellos, localizados en lugares olvidados del Tercer Mundo, apenas contamos algo en los medios que los recuerde. Apenas de los de Siria y Yemen tenemos noticias de vez en cuando que nos recuerdan que siguen muriendo personas. Son guerras ya añejas, con más de una década y muchos centenares de miles de víctimas.

La conclusión es nefasta: la vida de las personas vale poco ante las ambiciones de poder y dominio, ante la insaciable sed de dinero de los fabricantes y traficantes de armas, incluso ante los que se consideran en posesión de la verdad única y sueñan con ver desaparecer de la faz de la tierra a los que muchas veces demuestran que piensan diferente. Es la vida que deseamos que 2023 nos traiga la paz ansiada y nos trate a todos con suerte